Como buen abulense, a Adolfo Suárez le hubiera gustado el día de ayer para su despedida. La primavera recién estrenada se retiró por unas horas a sus aposentos y un frío gélido se coló en Madrid para congelar un rato el tiempo.

La vida del nieto guapo de la tía Josefa se fue apagando lentamente en una habitación abarrotada de amor, de la primera planta de la clínica Cemtro de Madrid, donde Adolfo Suárez ingresó el lunes tras un empeoramiento de su delicada salud. Y a las puertas del hospital, en el barrio de Mirasierra, decenas de personas quisieron acompañar a la familia con su presencia. No les ahuyentó el frío ni el viento que azotó Madrid. Algunos como Carmen Beito y su marido, Iñigo Bellido, se acercaron a rezar en silencio.

Otras tuvieron más suerte y pudieron abrazar al hijo del expresidente, darle dos besos y mostrar sus condolencias, mientras le agarraban fuertemente de un brazo para retenerle un poco más al lado de esa ciudadanía que durante años estuvo al lado de su padre. Fueron tres mujeres. Adolfo Suárez Illana acababa de despedir en la puerta de la clínica al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando cruzó la avenida del Ventisquero de la Condesa hasta la acera en la que las últimas 48 horas más de un centenar de gráficos y periodistas han hecho guardia. Tras agradecer su presencia y cuando se retiraba de nuevo al interior del hospital sin poder contener las lágrimas, tres mujeres se interpusieron en sus pasos y en su llanto y le consolaron.

El resto se conformó con presenciar. Marisa Yubero, su marido, Juan; Henar Martín y Feli Castaño hicieron guardia en la acera de la puerta de la clínica. Todo lo cerca de la entrada que les permitieron los agentes de la Policía Nacional. La familia de Marisa era de Segovia y conoció a Suárez. Por eso estaba ayer allí, porque es vecina de la clínica, y por respeto a un hombre bueno al que hoy despedirá personalmente cuando la capilla ardiente se abra en el Congreso.

A las otras dos mujeres la muerte les pilló dentro. Feli tenía programada una