Cristos góticos del siglo XIV y nuevas iconografías del siglo XXI. Cofradías del medievo y hermandades más jóvenes que internet. Cortejos envueltos en la madrugada y comitivas bajo el sol de mediodía. Procesiones con cuatro bandas y estaciones de penitencia en el silencio más absoluto. La diversidad que forja la riqueza de la Pasión cacereña se explica por sí misma en una sola jornada: Viernes Santo. Las cinco cofradías que se sucedieron en el casco viejo llenaron plazas y calles, acompañadas por un tiempo excepcional y por un ánimo que este año se comenta especialmente en las filas cofrades: hay más hermanos, más público, más sol y más entrega.

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Viernes Santo siempre se convierte en un laberinto de hermandades que van y vienen, con quince pasos entre los que existen hasta siete siglos de distancia temporal. Apenas hay descanso entre una procesión y otra, entre una ceremonia y la siguiente. La primera tuvo lugar poco después de la medianoche, cuando la Hermandad Universitaria de Jesús Condenado, la más joven de la Pasión (fundada en 2011), sorprendió a todos con una pregunta proyectada sobre el Palacio de Ovando: "¿Qué he hecho hoy por ayudar a quien lo necesita?" A continuación se sucedieron las imágenes de un vía crucis con los necesitados del siglo XXI. La música de un trío de cuerdas invadió la plaza de Santa María y la cofradía traspasó las puertas del Palacio Episcopal

La imagen, con dos turnos de carga y una iconografía única al portar sólo el patíbulum (algunas investigaciones avalan que fue así), comenzó su itinerario por intramuros escoltada por una multitud curiosa ante una cofradía actual con elementos de su tiempo: luces led, andas plegables, acero... Un conjunto que sin embargo se integra en la tradición.

Noche de contrastes. A las cinco salió la hermandad más veterana de la Semana Santa cacereña: Jesús Nazareno, fundada allá por 1464. En Santiago todos sabían que llegaba el momento por excelencia, y así fue. La imagen titular apareció con su túnica bordada en un convento hispalense y guardada celosamente durante todo el año por las clarisas. Portaba su cruz de carey del siglo XVIII y los extraordinarios faroles plateados que le iluminan en la noche. Juan Corrales tomó aire y entonó su saeta, Silencio, por Dios, Silencio . La emoción se posó en las gargantas.

La Procesión de la Madrugada inició su camino acompañada de un millar de hermanos. Junto al Nazareno, siete pasos: La Magdalena (1904), La Caída (1956), La Verónica (1903), El Calvario (1927), Cristo de los Milagros (1583), Cristo de las Indulgencias (XIV), Exaltación de la Cruz (1953) y las Angustias (1914).

Al amanecer, los cofrades de la hermandad de la Expiración ya

preparaban túnicas, capas y verduguillos para estar puntuales en la plaza de San Mateo. A las 11.30 iniciaron un itinerario especialmente largo y muy meritorio en Viernes Santo, cuando las fuerzas ya flaquean tras una veintena de procesiones. No fallaron. Nunca lo hacen. Avanzaron por el caso viejo con su Cristo titular, una talla gótica del siglo XIV, y con Nuestra Señora de Gracia, realizada en Sevilla hace una década. El cortejo, azul y negro, concluyó su estación de penitencia a las tres de la tarde con la ceremonia de la Expiración.

De forma paralela, la hermandad del Santísimo Cristo del Calvario (Estudiantes) volvió a hacer gala de unos cofrades muy identificados con su tradición, y de una participación infantil siempre excepcional por su vinculación al colegio San Antonio y los franciscanos. El Cristo de los Estudiantes, una bella imagen del siglo XVI, llevaba su manto de claveles rojos y fue mecido a hombros por el casco viejo bajo los acordes de la Banda de la OJE de Plasencia y la Sinfónica de la Diputación Provincial de Cáceres.

Ya por la tarde, la cofradía de la Soledad, ayudada por la Vera Cruz, celebró en San Mateo la antigua ceremonia del Descendimiento, recuperada recientemente. De vuelta en su ermita, comenzó la procesión oficial de la Pasión cacereña, el Santo Entierro, con la representación de las dieciséis hermandades, el obispo y las autoridades, encabezadas por la alcaldesa, Elena Nevado, y el presidente de Diputación, Laureano León.

El antiguo Cristo Yacente del siglo XVI llevó el silencio a las calles, solo roto por una esquila y un tambor destemplado. Detrás, la Virgen de la Soledad, con dos turnos de carga, avanzaba acompañada por las piezas solemnes de la Banda Municipal.