«En el 2017 estábamos en un 4% de alumnos inmigrantes y el año pasado la proporción fue ya de un 9%. Los puestos de construcción están siendo otra vez atractivos para la inmigración porque hay demanda», precisa Pedro Pérez Francés. Estas cifras incluyen la formación que se ha dado a varias empresas extranjeras subcontratadas en los proyectos renovables que actualmente se desarrollan en Extremadura. «Hemos tenido bastantes sesiones con trabajadores rumanos que venían con un traductor a los que se formaba en seguridad de plantas fotovoltaicas o para estructuras metálicas», indica. Se trata de empresas que ya acumulan una experiencia considerable poniendo en marcha este tipo de instalaciones en África o Arabia Saudí. Reciben esta formación de manera «voluntaria», ya que estos trabajadores cuando vienen con una empresa extranjera la normativa laboral a la que se acogen es la del país de origen. A ellos se suma «el goteo», cada vez mayor, de operarios de otros países que se integran habitualmente como peones en las empresas españolas. Muchos de ellos proceden de Centro y Sudamérica —entre ellos los de Venezuela, que a menudo sí están «muy especializados»— o del África subsahariana.

Por contra, la inserción de la mujer en la construcción sigue siendo muy baja en Extremadura. «Estamos en un 4%, mientras que el promedio nacional es un 9% y uno europeo razonable sería un 15% o un 16%. Hay países, los nórdicos, donde incluso se llega a un 30%».