Las dehesas y humedales extremeños seguirán acogiendo algunos ejemplares hasta primeros de marzo, pero el grueso de la población de grullas que ha pasado la invernada en la región se encuentra en estos momentos en plena ‘operación retorno’. La mayoría de las que no han partido en los últimos días lo harán a lo largo de la próxima semana. En total, serán alrededor de 121.700 ejemplares los que emprendan este año la migración prenupcial desde la comunidad autónoma y unos 224.000 desde todo el país, estimaciones que se tienen gracias al trabajo que, dos veces al año, realizan unos 350 ‘grulleros’, 180 de ellos extremeños, que son los encargados de censar la población de esta especie.

España es el área de invernada más importante de la población occidental de grulla común (Grus grus) europea. Y Extremadura es el destino de más de la mitad de estos ejemplares. Proceden de Escandinavia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, los países bálticos o el oeste de Rusia, lugares en los que en estos meses el alimento ha quedado sepultado por la nieve y el hielo. Desde allí recorren miles de kilómetros hasta la península Ibérica, y llegan a bajar incluso más al sur, a Marruecos, Libia o Argelia.

Fue en el 2012 cuando se volvieron a retomar los censos de esta especie, que llevaban ya siete años sin hacerse. Fue con uno de carácter regional, «pero me encontré con una respuesta excelente y me planteé hacer uno nacional», precisa José Antonio Román, secretario general de la asociación Grus Extremadura. Él es quien coordina estos informes de carácter bianual. «Hemos conseguido reunir un equipo estable, el 95% somos siempre los mismos», indica. «Gente entusiasta, a la que le apasionan las grullas», añade, y entre los que hay desde doctores en biología a personas que se animan a colaborar porque «les gusta el campo o son sensibles a la conservación de la naturaleza».

La elaboración periódica de este censo, que ha pasado a ser ibérico con la inclusión en él de Portugal, ha permitido saber no solo cuál es la distribución de las grullas en la Península. Es además una herramienta para la protección de esta especie. «Tenemos la población más importante de Europa y es nuestro deber conservarla. Si no las cuidamos aquí tendrán problemas en las zonas de reproducción, hay que hacer un seguimiento continuado», aclara Román, autor del libro La grulla común, que el próximo domingo presentará en la Feria Internacional de Turismo Ornitológico (FIO), que tendrá lugar en el Parque Nacional de Monfragüe. Ayer lo hizo en el entorno de Gallocanta, una laguna aragonesa que llega a registrar concentraciones de más de 100.000 grullas durante los pasos migratorios, cuando muchas de ellas paran allí a descansar.

Para que solo tres centenares y medio de personas puedan contar alrededor de 250.000 aves en un territorio tan amplio, sin que se produzcan duplicidades, y con un resultado que sea fiable, resulta fundamental seguir una metodología adecuada. En este sentido, lo primero es consensuar las fechas en las que se efectuará el registro. En la medida de lo posible, se intenta hacer en una sola jornada todo el trabajo, aunque este puede adelantarse o postergarse dos o tres días si las circunstancias atmosféricas o de otra índole obligan a ello. Para los dos últimos censos, se escogieron el 20 de diciembre del 2019 y el pasado 24 de enero. A la hora de elegir los días, se intenta evitar, por ejemplo, que coincidan con domingos o festivos, ya que son hábiles para la caza y eso puede alterar el comportamiento de las aves, o que haya luna llena, pues eso demora su llegada a los dormideros, que puede producirse ya incluso de noche. Porque es ahí, en los dormideros, donde se suelen contabilizar. «Generalmente acuden a dormir al embalse por la tarde y es entonces cuando se hacen los censos. Tenemos controlado el acceso al dormidero y vamos contando los grupos que entran», detalla Román. Aunque al amanecer están presentes todas las aves, lo que haría más completo el conteo, decantarse por este momento del día tiene como inconveniente que las salidas de las aves son menos escalonadas, lo que dificulta computar su número.

Este es el sistema que se emplea en la mayor parte de las zonas españolas, pero no en las Vegas Altas del Guadiana, comarca extremeña que llega a albergar la mayor cifra de ejemplares de todo el continente. Aquí, entre Torrefresneda y el embalse de Orellana, en el eje de este a oeste; y desde Madrigalejo por el norte hasta las proximidades de Don Benito, llegan a concentrarse unas 80.000 grullas. «Contarlas en el dormidero es muy complicado, porque tienen muchísimos», esgrime. Además, algunas de estas ubicaciones están muy próximas, y entre ellas hacen frecuentes desplazamientos.

Eso no era así hace varias décadas, cuando la población que acudía era mucho menor y la mayoría iba a dormir al embalse de Orellana. Ahora, en cambio, se reparten también entre numerosos arrozales o espacios encharcados. Así que en este caso, y al tratarse de un área muy despejada —lo que da buena visibilidad— y con muchos caminos, la zona se divide en once sectores y desde el amanecer cada uno de ellos se va recorriendo en coche, contando todos los grupos que se observan y tratando siempre de no repetir datos. La labor también se hace en un solo día.

Igualmente, con el fin de que toda la información reunida sea homogénea, se ha diseñado una ficha común para el envío de datos en la que se recoge, entre otra, información sobre las coordenadas del humedal, de qué tipo es este o sus coordenadas.

Añadir un segundo censo en enero permite, aparte de tener en cuenta a los ejemplares que aún siguen entrando en diciembre, comprobar si van adelantando o atrasando su llegada. «Cada año vemos que esto va cambiando, probablemente por el calentamiento global. Notamos que van entrando cada vez más tarde y se van antes, con lo cual están menos tiempo aquí». Aunque depende de las circunstancias atmosféricas que se den en ese momento, habitualmente las grullas empiezan a hacer acto de presencia a finales de octubre y el grueso lo hace en noviembre, «pero este año han entrado mucho más tarde, la mayoría a partir del 15 de noviembre». Y en cuanto al regreso, agrega, lo normal es que fuese a finales de la presente semana cuando comenzarán a marcharse «y, sin embargo, han empezado ya la anterior».

Otra circunstancia que se ha ido modificando en las últimas décadas es que, aunque han ido aumentando los ejemplares que llegan a la Península, la proporción sobre el total de la población ha ido a menos. «En los años 80 llegaban el 97%, ahora estamos en torno a un 60%».

Transformaciones agrícolas

Tradicionalmente, la región ha sido una zona de invernada de la grulla, que llegaba buscando las zonas de rastrojo de cereal y las dehesas. «Las bellotas para ellas son muy importantes. Es un recurso al que acceden con facilidad. Además, gracias a ellas acumulan una buena capa de grasa que les viene muy bien para hacer la migración de primavera, que es muy rápida. A lo mejor en diez días completan el recorrido que en otoño les llevó treinta o cuarenta», aclara Román.

La radical transformación vivida por el campo extremeño, con la pérdida de miles de hectáreas de cultivos de secano y dehesas en favor del regadío, también trastocó las preferencias de este alado. «Son aves oportunistas, como la mayoría, y en los maizales y los arrozales tienen una cantidad de recursos enormes», cuenta el secretario general de Grus Extremadura. En estos espacios comen «el grano que se ha caído durante la cosecha. Aunque haya un maizal que no se recoge, nunca las vas a ver comiendo de las mazorcas», precisa.

Eso sí, sigue considerando que «el sitio más bonito para observarlas es, desde luego, la dehesa. Verlas debajo de una encina, comiendo bellotas, una raíz, o buscando insectos es un espectáculo». En cualquier caso, recalca, acudir a contemplarlas, dondequiera que se encuentren, «es algo que nunca defrauda».

Pero otro cambio que se está produciendo en el agro extremeño puede volver a alterar el rumbo que las grullas toman durante el invierno, una vez que se están sustituyendo grandes zonas de cereal, ya sea de regadío o de secano, por cultivos en superintensivo de árboles como olivos, almendros, pistachos y frutales, que no permiten a las grullas obtener recursos.

El censo de enero de este año en España arrojó una cifra conjunta de 223.954 ejemplares, por debajo de los 248.131 de este mismo mes del 2019, descenso similar al extremeño (de 130.203 a 121.733). Con todo, la población de grulla europea se encuentra actualmente en expansión gracias a las medidas de protección tanto en sus áreas de reproducción como en las de invernada. También han contribuido a este aumento la recuperación y creación de humedales y el que la Política Agrícola Comunitaria ha permitido que la disponibilidad de alimento sea mayor.