El frágil ecosistema del delta del Ebro se tambalea ante la amenaza de unas aguas embravecidas por la crisis climática. El temporal Gloria, que a su paso por la Península mostró la cara más visible de esta era de los extremos meteorológicos, ha dejado en el terreno una herida que sigue latente casi un mes después de la borrasca. En esta desembocadura del río, las intensas lluvias, unidas a la bravura de las olas, anegaron unas 3.200 hectáreas de terreno. Los arrozales de este extremo sur de Cataluña que quedaron sepultados bajo una masa de agua salada luchan ahora por recuperarse. Algunos, sin embargo, están perdidos para siempre. Igual que las decenas de viveros de moluscos que quedaron destruidos por el viento y arrastrados a kilómetros tierra adentro. Ya no hay nada que se pueda hacer por ellos.

«Hay gente que lo ha perdido todo con la tormenta», explica Eric Callau Oliver, joven del municipio de Deltebre. «El problema no es si los cultivos van a recuperarse tras las lluvias. El problema es el futuro. ¿Quién garantiza a estas personas que no lo volverán a perder todo si invierten de nuevo para rescatar sus terrenos? Sabemos que tormentas así volverán a ocurrir y que, mientras, el nivel del mar seguirá subiendo», comenta. «El delta del Ebro lleva 70 años viviendo como zona catastrófica mientras todo el mundo mira para otro lado», zanja contundente mientras señala las áreas más afectadas por la borrasca Gloria, donde todavía hoy la vegetación destrozada se entremezcla con los restos de madera de los viveros de moluscos y trozos de basura, sobre todo plásticos, arrastrados por el mar.

En el extremo oriental de la flecha del Delta, una de las zonas más expuestas a las inclemencias de la naturaleza, la isla de Buda, muestra la herida más profunda de la crisis climática. El humedal más importante de Cataluña, en su origen formado por los sedimentos del Ebro, pierde terreno a un ritmo alarmante. En un futuro no demasiado lejano es posible que este ecosistema desaparezca arrastrando con él gran parte de la biodiversidad de la zona. «El Delta se muere por donde más valor tiene», sentencia contundente Guillermo Borés, copropietario de la parte más frágil de estas tierras. «La isla de Buda ondea la bandera de todos los problemas que se le avecinan al Delta. El mar nos ha declarado la guerra y la de Buda es la primera batalla. Si perdemos esta batalla, el Delta sufrirá las mismas consecuencias», vaticina.

Barra del trabucador > Parte del istmo desapareció con el ‘Gloria’. / JOAN REVILLAS

UN ENEMIGO SUPERIOR / En el último siglo, la costa de la isla de Buda ha retrocedido 2,5 kilómetros habiéndose perdido 800 hectáreas del segundo humedal en importancia después de Doñana. Inicialmente fue la falta de sedimentos, pero desde hace unos años se ha sumado un enemigo superior: el cambio climático, que causa la subida del nivel del mar acompañado de temporales cada vez más frecuentes y devastadores. «La gestión de los sedimentos retenidos en los embalses deja de ser prioritaria. Si queremos salvar el humedal, hemos de poner barreras físicas al mar para disminuir la fuerza erosiva del oleaje», afirma Borés. Y es que mientras el planeta teme una subida del nivel del mar de hasta cuatro metros que vaticinan los científicos, el Delta tiembla por un aumento de unos centímetros. En un terreno en el que el desnivel apenas alcanza un metro, una mínima bravura de las olas hace que el mar invada la tierra y la sal devore lo que encuentre.

«El efecto amortiguador de las playas ya no existe al haber desaparecido. Ahora es necesario reconstruir estas playas con aportaciones de arena muy superiores a las pretendidas, hablamos de millones de metros cúbicos. Pero no podemos compensar la subida del nivel de las aguas gestionando recursos limitados como los sedimentos», comenta Borés. En esta remota zona del parque natural se censan casi la mitad de las aves que habitan en el Delta, unas 350 especies de aves, de las que la mitad nidifican. La intrusión de agua marina provoca la muerte de la flora y la fauna, vertebrada e invertebrada, macrófitos, algas y plantas superiores, propios de una laguna de agua dulce. De ahí que los habitantes del Delta alerten de que estamos ante la crónica de un desastre anunciado ante la que solo cabe tomar medidas inmediatas.