Los peces que los investigadores de la Universidad de Zaragoza han encontrado en el interior de los ibones no son una buena señal y muestran el variado impacto que el ser humano ha tenido en los ecosistemas del Pirineo. Estos lagos de alta montaña son un tesoro natural formado por la retirada de los glaciares y se encuentran afectados tanto por la actividad humana como por las variaciones climáticas que están teniendo lugar desde el inicio del Holoceno. Todo ello está acelerando una degradación de la que alerta una investigación que intenta esclarecer el origen de las diversas partículas contaminantes que se encuentran en sus aguas y sus fondos.

Un grupo multidisciplinar y ecléctico de científicos y voluntarios lleva subiendo a las cumbres altoaragoneses desde el 2002. El geólogo Alfonso Pardo señala que tanto los glaciares -con más de siglo y medio de retracción- como los ibones muestran de forma directa los efectos del calentamiento climático desde el fin de la Pequeña Edad del Hielo y la contaminación y actividad de origen antrópico.

Un ejemplo son los peces que habitan las aguas de los ibones, que jamás hubieran podido llegar de forma natural a esos espacios y que han sido introducidos en ellas por pescadores. Eso hace que el ecosistema original, formado por larvas, insectos y anfibios, se vea transformado de forma radical. Se puede afirmar que no queda ninguno de estos ibones con sus características ambientales originales, por ello es fundamental continuar con su estudio ya que, salvo de unos pocos, se desconoce prácticamente todo de los casi 200 ibones que se tienen registrados.

Pese a todo, los ibones y su enfermedad son solo una parte del mal que afecta a toda la cordillera y que ya ha dejado a los propios glaciares tocados de muerte. Según constatan las principales investigaciones, estas masas de hielo han experimentado una reducción del 88% de su superficie desde el 1850. La temperatura ha subido una media de 0’3 grados por década y las precipitaciones han bajado un 10%. Un ejemplo reciente de esta realidad alarmante es que en octubre del 2019 el glaciar del pico Arriel, en la cabecera del valle de Tena, desapareció completamente.

En la provincia de Huesca, a lo largo de 90 kilómetros entre los valles de los ríos Gállego y Noguera Ribagorzana, se encuentran las últimas masas de hielo funcionales de la cordillera. Desde el Gobierno de Aragón están trabajando en un plan rector para proteger lo que queda, pero está herido de muerte.