Desde la medianoche del sábado Extremadura se une a Cataluña, Ordizia (Guipúzcoa) y Baleares decretando el uso obligatorio de la mascarilla. La medida, cuya aplicación también estudia Andalucía, en líneas generales, ha sido bien acogida por la población, consciente de que puede evitar un confinamiento futuro y que ante la aparición de nuevos brotes cualquier precaución es poca.

El comercio aprueba la decisión. Un ejemplo es el de José Manuel Forti y Peggy Zulay, que son los responsables de Tattoo Fort Studio en la calle Rodríguez Moñino de Cáceres. Para ellos, la decisión de la Junta no les resulta una novedad. «Siempre tenemos que estar con mascarilla por nuestro trabajo», indican.

«Tengo hijos y una madre con 81 años, así que por salud es fundamental», señala José Manuel. «Los clientes saben que es obligatoria, que no pueden entrar aquí sin protección porque esta es una ‘zona segura’. Es una condición que se exige desde que volvimos a abrir después del encierro», apunta el tatuador.

«Me parece genial. No entiendo que ahora haya gente que se extrañe de que son obligatorias, si se supone que era indispensable ponérsela. Ciertamente con el verano es asfixiante, pero, cuando no haya nadie en la calle, la solución es bajarse la mascarilla, respirar y volver a colocarla. Estimo que es lo que hay que hacer, porque si no lo realizamos así, nunca saldremos de la epidemia y volveremos a recaer, nos vamos a tener que volver a encerrar y va a ser peor para la economía», resalta Peggy.

«No es justo que hayan muerto tantas personas y seamos unos irresponsables y no seamos capaces de mantener una mascarilla, la distancia... lo que haya que hacer. Muchas personas dicen que no se adaptan a esta nueva normalidad, vale, nadie quiere la nueva normalidad, sin embargo es que es lo que toca establecer actualmente. Y si no nos cuidamos, ¿quién nos va a cuidar?», se pregunta.

«Nuestros niños no salen lamentablemente a la calle si no es con nosotros. No van al parque, no están con otros niños. Es doloroso, pero es lo que hay. Yo prefiero tenerlos con vida y a salvo en la casa, a tenerlos enfermos en un hospital. Pienso que tienen numerosos años y vida por delante para disfrutar», explica.

Peggy supone que «la situación derivada del virus es por un tiempo, que va a pasar, y es lo que tenemos que vivir. Además, hay que cuidar la salud de los clientes. Y hay que aceptarlo, hasta que aparezca la vacuna», concluye.

Los veladores

En la terraza del Havoc, en la barriada cacereña del R-66, un grupo de amigos se han citado para comer. Una de ellas, Ana Martín, señala que le ha sorprendido la decisión de la Junta porque pensaba que la mascarilla ya era obligatoria. Ella se ha tomado al pie de la letra su uso desde que se decretó el estado de alarma. «Yo no salgo sin ella. El primer día que salí de casa ataviada con este complemento, incluso me mareé un poco. Siempre las veíamos a los alérgicos y como algo lejano, pero hoy en día ha pasado a ser un apéndice de mi persona, es como lavarte los dientes o ponerte un pantalón. La tengo añadida a mí y hay que llevarla ante la amenaza que estamos viviendo. La mascarilla nos protege de cualquier enemigo», apostilla.

Ana revela que va a ser abuela en agosto. A su hija le han dicho que deberá dar a luz con mascarilla, durante el parto y la expulsión a no ser que sea cesárea. «Hay que acostumbrarse a ella y no nos queda más remedio». A su lado está Carlos: «Me parece bien, y como tenemos que convivir con el virus, nos guste o no y aunque sea una castaña, debemos utilizarla».

Lo que Carlos no ve tan bien es tener que llevarla en la terraza de un bar. «Me parece de género ridículo que estés comiendo y andes poniéndotela y quitándola». Susana, su mujer, opina lo mismo. «Es exagerado y un poco incongruente. Mientras fumas un cigarro, o comiendo, puede resultar hasta

peligroso el toquetear la mascarilla tantísimas veces».

La hostelería es el sector más reticente. Francisco Javier Cardenal Domínguez, propietario de la Vieja Dehesa, subraya que «el impacto que tendrá la medida en los clientes perjudicará a la economía local en un escenario de recesión del empleo». Advierte que en los veladores no lo ve factible, porque el consumidor acude para evadirse y desconectar. «Tener que quitarla y volverla a poner mientras la gente se toma el pincho no será cómodo». Teme que con ello se pierda público, además de puestos de trabajo, porque si no hay consumidores los recortes serán prácticamente inevitables, lamenta el dueño.

Cardenal corrobora que dentro de los establecimientos, para acudir al servicio, por ejemplo, el uso de la mascarilla se estaba efectuando, aunque ante la obligación de su uso «se plantea mucha incertidumbre para nuestro gremio».

En la terraza, los clientes también opinan. «Me parece prudente porque si no la llevamos seguirán los contagios», comenta el cacereño José Antonio González Muñoz, que acaba de superar la EBAU y desea poder estudiar la carrera de Fisioterapia fuera de la región. En este sentido, afirma que «debería ser más necesaria que nunca al ver los contagios que se están produciendo en otros lugares de España». Asimismo, piensa que «el virus se encuentra en el aire, por lo que a mí me daría más seguridad que todo el mundo la llevara». Afirma que «aunque sean incómodas y te ahogues a veces, es la única forma de evitar que volvamos atrás». Para él, «bastante gente no es consciente de que nos enfrentamos a un peligro muy malo. Sobre todo los jóvenes, que deberían concienciarse más sobre este tema».

Junto a este estudiante, se encuentra Beatriz Luque Cordero. Está de acuerdo con la exigencia del uso de las mascarillas. «No debemos olvidar tan rápido lo que hemos pasado y tenemos que ser conscientes de que ahora más que nunca está en nuestra mano hacer las cosas bien para que no tengamos que volver a pasar por eso», indica la joven cacereña que también ha superado la selectividad y tiene claro su objetivo: Educación Social en la Universidad de Extremadura. Para ella, «son esenciales porque así yo le cuido a usted, y usted me cuida a mí». Igualmente, recuerda que «aquí se cumple más con las medidas que en otras provincias».

Finalmente, el turismo tiene varias visiones. Alejandro Caballero trabaja en un estanco en la calle San Pedro de Alcántara, al que acuden abundantes visitantes todo el año. Admite que, por un lado, «será un bien para todo el mundo. Es lo mejor porque evitará rebrotes y salvaremos el empleo». Y aunque «parece que vayamos para atrás, venderemos la región como un destino seguro y puede que no sea tan perjudicial como pensamos».

Desde Badajoz, donde ahora se están detectando más casos, de igual modo muestran sus sensaciones. «Considero que es una decisión positiva. Cuantas más precauciones tomemos en los ámbitos de la vida pública será mejor», dice Leonor Real Adame, coordinadora del área de radio en OndaCampus (radio y tv de la UEx), en la facultad de Ciencias de la Documentación y la Comunicación en la capital pacense. Añade que «nos encontramos ante una pandemia mundial. Si todos la llevamos puesta estaremos más protegidos y concienciaremos a la ciudadanía de que éste es el único camino para poder volver en el futuro a tener una vida normal».