Establecido ya desde hace tiempo en zonas de las provincias de Salamanca y Ávila que son limítrofes con territorio extremeño y en espacios colindantes del otro lado de la frontera portuguesa, la incorporación del lobo al Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE), acordada en la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural a inicios de febrero pasado, acerca un poco más la posibilidad de que esta especie, desaparecida de la región hace ya varias décadas, retorne a Extremadura.

Una región que habitó en su totalidad hasta el final del primer tercio del siglo pasado, y de la que fue progresivamente desapareciendo. Una loba preñada encontrada muerta, atropellada en la carretera entre Cáceres y Badajoz a la altura de la Sierra de San Pedro, en 1989, y un macho abatido ilegalmente, en 1993, son las últimas evidencias ciertas de la presencia del ‘Canis lupus’ en territorio extremeño. En los años anteriores, el naturalista Ramón Grande del Brío había realizado un estudio para conocer la situación de este cánido en Extremadura. Su conclusión: quedaban entre 25 y 35 ejemplares, restringidos a una zona de unos 4.600 kilómetros cuadrados de la Sierra de San Pedro y sus alrededores. Este fue, junto con la Sierra de Gata, uno de los dos últimos reductos. En ese periodo, se había tenido conocimiento de cuatro lobos muertos por el hombre --a pesar de que desde 1985 era especie protegida-- y de unos daños a la ganadería «despreciables».

Casi una década después, entre los años 1997 y 1998, se llevó a cabo una prospección en estas dos sierras por encargo de la Junta de Extremadura para determinar cuántos grupos reproductores de lobo podía haber y en qué lugares se ubicaban. Juan Carranza fue uno de los científicos que participó en esta búsqueda. «Se hizo un esfuerzo grande, recorriendo caminos y cortafuegos, buscando las marcas que dejan los grupos reproductores, pero el resultado de todo ese trabajo fue cero», rememora, al tiempo que recuerda las «muchas críticas» que recibieron, ya que

«lo que se esperaba es que hubiese algo». Desafortunadamente, añade, el paso del tiempo confirmó las concusiones del rastreo.

Han pasado más de dos décadas desde entonces. Carranza, que actualmente dirige la Unidad de Investigación en Recursos Cinegéticos y Piscícolas de la Universidad de Córdoba, defiende que «lo más normal» es que el lobo paulatinamente regrese a la región. «Creo que es una cuestión simplemente de tiempo y de distancia geográfica que vaya apareciendo», aduce. Y el hecho de que su caza pase a estar prohibida en todo el Estado «podría favorecer que las poblaciones aumenten y que ese excedente de individuos, normalmente dispersantes, vaya en busca de nuevos territorios».

En cualquier caso, estima que la cuestión clave «si queremos proteger al lobo, no es ya que entre, sino mantener luego las condiciones para que pueda estar y sobrevivir. Porque lobo había en Extremadura y desapareció», incide.

En este sentido, recuerda que su refugio final fue la Sierra de San Pedro, un entorno constituido básicamente por fincas de caza mayor, una práctica con la que considera que este animal, no solo es compatible, sino para la que su presencia puede ser incluso beneficiosa. Los ejemplares de ciervo o jabalí débiles y enfermos «serían los primeros en caer, porque el lobo, como cualquier predador, se dirige primero a las presas más fáciles». Eso, en escenarios con altas densidades de población de estos ungulados y de presencia de enfermedades como la tuberculosis, tendría un efecto positivo. De forma colateral, esta selección también podría mejorar la calidad de los trofeos.

Sin embargo, este catedrático de Zoología llama la atención sobre el problema que supondrían las cercas cinegéticas. Por un lado, porque si un lobo ataca a un grupo de ciervos --«el jabalí se cuela por todas partes», aclara-- , se pueden provocar episodios de elevada mortandad de ejemplares al ser acorralados (el estudio de Grande del Brío recogía que entre enero y octubre de 1987 se encontraron en una finca de Membrío los restos de 60 ciervos que los lobos habían matado ayudándose de las vallas), lo que no predispone positivamente hacia estos carnívoros. Por otro, señala que en estas cercas es sencillo localizar las gateras por las que se cuelan los cánidos, lo que facilita mucho la labor si alguien ilegalmente quiere acabar con ellos.

No hay datos precisos de las poblaciones de lobos ibéricos. El último censo español, elaborado entre el 2012 y el 2014, calculó que existían 297 manadas. Las mayores concentraciones se hallan actualmente en zonas de Zamora, los montes de León y la cordillera Cantábrica. El 95% de ellos viven al norte del Duero. Al sur de este río a los lobos ya estaba prohibido darles caza. Lo que el cambio normativo puede conseguir en un futuro es «que haya un poco más de control en cuanto al furtivismo y más miedo entre la gente que lo practica, lo que podría hacer que aumenten las posibilidades de que llegue a Extremadura. A la hora de la verdad, la protección no ha sido muy eficaz, incluso en Castilla y León, la misma Administración aprobaba matar algunos ejemplares al sur del Duero, y a partir de ahora ese tipo de acciones serán mucho más complicadas», afirma Carles Vilà, vicedirector de Investigación de la Estación Biológica de Doñana y estudioso del lobo desde finales de los ochenta, cuando realizó su tesis doctoral sobre el comportamiento de este mamífero. La mayor protección, vaticina, «no va a hacer que cambie mucho la densidad» de esta especie, «pero podría hacer que poco a poco se fuesen expandiendo las poblaciones hacia al sur».

La vuelta del lobo, más cerca

No obstante, Vilà explica que la situación del lobo en la Península Ibérica «es peculiar» si se compara con el resto de poblaciones de la Unión Europea. «Aquí los eventos de dispersión son raros. A Cataluña han llegado algunos lobos, pero desde Los Alpes. Y que llegue un lobo ibérico resulta mucho más difícil. Parece que se dispersan menos y no sabemos por qué». Y pone otro ejemplo: «La colonización del Sistema Central, que es una zona fantástica para ellos y donde en teoría podrían tener grandes densidades, ha costado mucho». «Estamos intentando comprender de qué depende que los lobos se dispersen», remacha.

Para Gerardo Pizarro, técnico de la Asociación para la Defensa de la Naturaleza y los Recursos de Extremadura (Adenex), la inclusión del lobo en el listado de especies con mayor nivel de protección «es un avance, un paso firme hacia una futura y seguramente pronta llegada del lobo a nuestra comunidad autónoma. Tarde más o tarde menos va a volver a estar presente en Extremadura». Cree probable incluso que «ya haya pisado territorio extremeño», aunque haya sido de forma esporádica, y apunta como zonas «propicias» para su reentrada en la comunidad autónoma comarcas como las del Ambroz y Gata. Y en esta progresiva «recolonización», subraya, jugará un papel fundamental que la sociedad sea «capaz de comprender la importancia que tiene el lobo para el equilibrio de los ecosistemas naturales».

«Animales muertos»

«Creemos que ya hay alguno en La Garganta y en la zona de Baños de Montemayor. Han aparecido varios animales muertos y, o son perros cimarrones, o hay algún lobo por ahí», afirma por su parte el presidente de APAG Asaja Cáceres, Ángel García Blanco. «Aquí van a entrar. Eso está claro. Si no se realiza el control que existía hasta ahora y se convierte en especie no cinegética, el lobo se va a extender. Y el problema es que, más allá de la imagen bucólica que pueda tenerse de él, es un animal que mata por disfrute, no para comer. Entra a un rebaño y no ataca solo a una oveja, es dañino», arguye, por lo que ya existe «muchísimo temor» entre los ganaderos del norte de la provincia de Cáceres. El coste que para la ganadería extensiva pueda tener la mayor protección a este cánido ha sido el principal recelo despertado por la decisión del Gobierno y las comunidades autónomas -con el apoyo de Extremadura--, sobre todo en las zonas donde la población de esta especie goza de mejor salud, como Galicia, Asturias o Castilla y León. «Estamos a favor de la coexistencia con el lobo pero con un control», apostilla García Blanco.

«No de forma general, pero sí en determinadas zonas es posible que sea necesario un control, de forma parecida a como se hace con los ungulados. La siguiente decisión es sobre el modo en que se hace ese control, si con caza comercial o con una gestión hecha por profesionales, y ahí es más difícil tener una opinión porque es algo que depende de muchos factores», argumenta Juan Carranza.

Carles Vilá sostiene que la convivencia con el lobo obliga a una «coadaptación. Es algo que se ve claro en el norte de la Península, donde hay continuas discusiones y conflictos, pero con una situación que varía mucho entre distintos lugares e incluso entre diferentes ganaderos». En Asturias, explica, la mayor parte de los daños los sufren un número muy pequeño de ellos, «y en cambio otros, con muchos perros muy bien preparados», no los tienen aunque haya «lobos criando al lado». La caza, esgrime, «realmente no es una solución a menos que lo que se pretenda sea la erradicación práctica de la población de lobos. Lo que hay que hacer es buscar otro tipo de soluciones para facilitar la convivencia, que pasan por indemnizaciones o por una gestión apropiada de los rebaños».

En Extremadura el lobo ibérico está protegido en la categoría de ‘En peligro de extinción’ desde el año 2001. En caso de detectarse la presencia de la especie, la Dirección General de Sostenibilidad elaboraría su plan de recuperación en la comunidad autónoma.

Fuentes de la Consejería para la Transición Ecológica y Sostenibilidad puntualizan que de momento «no existen pruebas ni testimonios confirmados de la existencia de lobos en la región, pero la distribución espacial de poblaciones colindantes de Castila y León y Portugal hace posible que algún ejemplar en dispersión o manadas externas estén compartiendo territorio o puedan compartirlo en el futuro».

Por este motivo, se agrega, la Dirección General de Sostenibilidad está coordinando el muestreo de la especie para «estimar la presencia, localización y posible estatus poblacional» del lobo en el norte extremeño. Lo hace «mediante la individualización de genotipos y con protocolos de trabajo» facilitados por el Ministerio para la Transición Ecológica y científicos del CSIC-IREC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos), «sin que por el momento se haya detectado la presencia estable de ninguna manada ni daños a la ganadería que pudieran haber sido ocasionados por algún ejemplar de esta especie».