Hace quince años decidió cambiar el estrés de Barcelona por la calma de Lanzarote. Y hace apenas siete meses lo que cambió fue «el estrés económico» de vivir en Lanzarote por la paz en Casas de Miravete. Tuvo que buscarlo en el mapa, pero encontró lo que venía buscando. María Antonia Santana, onubense de 51 años, es ahora una extremeña más. Su madre nació en Quintana de la Serena, pero ella nunca había pisado Extremadura hasta que hace más de un año buscaba un nuevo hogar en la Península.

En esas estaba cuando, a través de las redes sociales, encontró el programa Volver al pueblo, de la Coceder (en Extremadura lo gestiona el Centro de Desarrollo Rural Cerujovi de Vivares). «Me apunté primero al programa de repoblación rural de Jesús Calleja en León; hice el casting, pero no me cogieron», reconoce. En Cerujovi le ofrecieron varias zonas con negocios para reabrir en pueblos de Extremadura.

«Había unas casas rurales en Plasenzuela, pero lo más factible era un bar en Casas de Miravete». Así que en febrero del 2020 se presentó en el municipio cacereño y ese fue el empujón definitivo que le faltaba para cambiar de vida. «A mi pareja y a mí nos gustó mucho, es un pueblo pequeño pero con buenas comunicaciones y con el hospital muy cerca». Decidida, volvió a Lanzarote, presentó la carta de dimisión en su trabajo e hizo las maletas. Tenía que volar el 16 de marzo del 2020, pero día el 14 llegó el estado de alarma y tuvo que posponer sus planes. «Fueron unos meses complicados hasta que pudimos venir por fin en junio».

¿Por qué ese cambio de vida? «A nivel económico era difícil ya vivir en Lanzarote. Tenía un contrato fijo como camarera de pisos, ganaba 900 euros al mes pero pagaba 750 de alquiler. Ahora pago 500 euros de alquiler por el bar y mi casa que está justo encima. Luego en la isla, además, para moverte dependes siempre del barco o el avión y toda mi familia vive en la Península».

De su periplo extremeño hace un balance positivo: «el pueblo nos ha acogido muy bien, vamos vendiendo y tenemos ya nuestra clientela fija; el negocio (el bar El Vasco) no nos da para ganar dinero, pero tampoco perdemos, así que no me puedo quejar».

Casas de Miravete tiene poco más de un centenar de vecinos y cuenta con tres bares, pero ella se esfuerza a diario por mantener a flote su modo de vida: «cada día hago un pincho nuevo y diferente para motivar a los clientes». A su juicio, en las circunstancias actuales sería el momento idóneo para que la gente se animara a volver a llenar los pueblos. «Aquí hay una calidad de vida muy diferente y ahora que está llegando la fibra óptica es más fácil trabajar desde aquí».