-Hable de su infancia...

-Una infancia maravillosa. Crecer en un pueblo es crecer yo diría que en armonía con tantas y tantas cosas que te rodean: la naturaleza, la gente, porque en un pueblo la gente es tan próxima, es tan cercana. Un pueblo es una gran familia. Jugabas al fútbol en las calles poniendo dos piedras, ibas (ahora me pueden crucificar pero entonces lo veía como la cosa más divertida) a sacar nidos. Luego también tocaba coger aceitunas en enero, mucho frío, ir a por higos en verano y diariamente a la dehesa a aviar el cochino, que después serviría para la matanza. Todo eso se hacía desde la más absoluta normalidad. Un pueblo es tan íntimo visto hoy que siempre tiene uno ganas de volver. Y aquí la duda, no sé si de volver al pueblo o aquella infancia del pueblo.

-La infancia es un lugar mágico, ¿pero vivir antes en un pueblo no era jodido?

-Tampoco lo apreciaba jodido. Soy de una familia muy humilde y muy castigada por lo que pasó. Pero, de verdad que era feliz y tenía unos padres magníficos, unos abuelos adorables y unos tíos sumamente divertidos. Las matanzas eran auténticos jolgorios que disfrutaba toda la chiquillería. No hará ni un mes que nos hemos juntado todos los primos: hemos cantado, hemos bailado, hemos bebido, hemos reído, nos hemos besado, o sea, una fiesta.

-Pero los pueblos han evolucionado...

-Sí, ¿pero sabe qué? han evolucionado ¿para qué? Difícilmente un niño de mi pueblo de ahora podría contarte estas historias que estoy contando, pero ojo, tampoco un niño de una ciudad de ahora podría contar las historias que sus padres, seguro, también cuentan. Es que ha cambiado todo. ¿Dónde vas, a buscar lagatijas, a buscar lagartos? Recuerdo que en mi pueblo había una fuente de agua muy fría a la que lanzábamos una lagartija, por aquello de la sangre fría de los reptiles, y un amigo, con una hoja de afeitar la operaba y después la cosía; el muy cabronazo ha acabado siendo cirujano cardiovascualar.

-Hablaba de lo que pasó, ¿qué pasó?

-Mi familia estaba muy comprometida con la izquierda, hubo represalias, un abuelo estuvo en la cárcel; al otro le salvó incluso probablemente de la muerte, un fascista, vecino, y que se tenían cariño. La noche que lo apresaron acudió a la Casa del Pueblo, que era donde tenían a mi abuelo retenido, llegó con el pistolón y dijo: «A este me lo llevo yo». Y se lo llevó, y no pasó nada, pero pasaron muchas cosas. Siempre estuvo el compromiso; en casa de mis abuelos y pese a lo que había pasado, en ese jolgorio de las matanzas que antes decía, se hablaba de muchas cosas, se hablaba de Largo Caballero, de Azaña, de Negrín; se hablaba bajito, pero se hablaba. Todos estos nombres están ligados a mi infancia. Yo era muy cucharón. Me gustaba meterme entre los mayores a ver qué decían y contaban. Toda esa memoria me viene de entonces.

-¿Cómo fue la juventud?

-Muy comprometida. A los 18 años, tengo 65, ingresé en la CNT. Éramos clandestinos y te la ibas jugando muchas veces. Uno de mis compañeros, Agustín Rueda, acabó siendo asesinado en Carabanchel; lo mataron de una tremenda paliza. Son gentes que quedan. Pero fíjese que ahora que se están viviendo estos episodios de la Democracia, entonces a todos nos unía un enemigo común, que era el franquismo. Ahí estábamos anarquistas, nacionalistas como Pere Bascompte, fundador de Terra Lliure, uno de los grandes amigos de aquella época; estaban también los comunistas. Era tremendo aquello, era convulso, pero teníamos unas ganas de cambiar el mundo, y además creíamos que podíamos cambiar el mundo. Al final nos dimos cuenta de que el mundo ha cambiado poco, que Franco murió en la cama y que está enterrado felizmente en el Valle de los Caídos. Desgraciadamente allí sigue.

-Usted fue cocinero...

-Yo diría que no, o que sí, cuando regresé de Cataluña, por una ventolera...

-¿De Cataluña, qué hizo allí?

-Hice Formación Profesional y comencé a trabajar en una fábrica de coches que tenía sede en Pamplona y en Manresa, que luego adquirió la Seat. Y allí estuve, en Manresa, trabajando en la sección de Control de Calidad y acabado de pintura. A la par comencé a estudiar clandestinamente Lengua Catalana con la Unió Cultural, que ahora está dando tanto de qué hablar. De esta etapa mía salieron los primeros profesores de Catalán de la Democracia, cuando llega Tarradellas e instaura la Generalitat. Entonces fue cuando me vine, con lo cual nunca llegué a fraguar el idioma.

-Hablábamos de la cocina...

-La cocina siempre ha sido una auténtica pasión, que perdura. Así que al volver, monté un restaurante en Plasencia, al que llamé Miramelindo. Creo que me adelanté bastante en el tiempo, no es que hiciese lo que llaman mariconadas...

-Estaba pensando en eso. Me ha leído el subconsciente como buen periodista que es...

-(Risas). Yo miraba y cocinaba lo que veía a mi alrededor. Y había cosas que poner en un restaurante de los años 80 resultaba bastante complejo.

-¿Por qué se dice que se es cocinero antes que fraile?

-Bueno, pero eso lo dicen los viejos. Yo no me atrevería a decir eso jamás, soy un chaval. Lo dicen por lo menos los que tienen esa mentalidad permanentemente de adultos; ahí no quiero ir. Quiero llegar a vivir muchos años, a vivir felizmente, pero no quiero ser un señor mayor, por Dios.

-No sé si siempre se es joven...

-Diría que permanentemente se puede ser joven. Otra cosa es que sientas que los huesos te cascan un poco. Yo llegué a correr los 5.000 metros, ahora ni se me ocurre. Pero creo que la juventud que rompe, que crea, que interroga, esa no desaparece nunca. Una de las personas que más me impresionaba era Torrente Ballester, tiene un hijo periodista, y en alguna tertulia participé. Era muy mayor, pero siempre estaba vivo, con una mala hostia increíble.

-Usted es socialista, muy socialista...

-Soy muy socialista.

-¿Qué es ser socialista?

-Estar en disposición de renunciar a muchas cosas y de luchar por otras muchas.

-Hay un sargento Sánchez, siempre hay un sargento Sánchez...

-A uno le rompí la nariz.

-Hay un sargento Redondo, siempre hay un sargento Redondo...

-Hice la mili en la Marina. El día de la jura de bandera estábamos todos inmaculados menos el capellán, que parecía una auténtica cucaracha vestida de negro, impresionante. Allí la Salve marinera, allí el himno... Yo militaba en la CNT y me dije: ‘César, aquí quieto, quieto’. Y me mantuve firme, y sin mi familia, porque a todo el mundo fue a verle su familia. Pero aquello para mí era un espectáculo y cuando terminó la jura me fui y me bebí un Bitter Kass.

-Pasó por RTVE y mostró sin reparos sus críticas al ERE en el marco del cual abandonó su puesto en Radio Nacional de España y se prejubiló con 54 años. ¿Cómo lo vivió?

-En lo personal de una forma extraordinaria. En mis sentimientos como trabajador, como empleado público, con una mala hostia infinita, porque no se podía hacer lo que hicieron, entre otras cosas porque no tuvieron en cuenta el talento; y había mucho talento (no estoy hablando de mí) en esos compañeros y compañeras que llegados a 52 o 54 años acumulaban un conocimiento, un oficio del periodismo que prescindir de ello no fue nada bueno, pero sucedió.

-Y perdió el 8% de su sueldo...

-Sí. Pero soy muy educado y de dinero no vamos a hablar.

-Para no perder la lector, ¿cómo llega a hacerse periodista?

-Soy muy autodidacta. Por cierto, la democratización de la universidad ha hecho que la palabra autodidacta esté casi en desuso, pero antes no todo el mundo tenía acceso a la universidad y nos formábamos muy por nuestra cuenta. Cuando estaba en Manresa se creó un diario, Regió 7, y acogieron el 7 como la región que le correspondía al Bages. En su formación participaron distintas fuerzas políticas, sindicales, culturales. Yo me encargaba de escribir crónicas sindicales. Cuando volví a Extremadura comencé a hablar en la radio en Plasencia. En una ocasión vino a Extremadura Eduardo Sotillos, me escuchó y le dijo al director de Radio Cadena Española en Plasencia: ‘Oye, quiero conocer a este tío’. Sotillos vino a la inauguración del Salón de Otoño, a la que no acudí (estaba todavía muy rebelde) en solidaridad con Eladio Suárez, un pintor cacereño ya fallecido que había tenido un problema porque le habían retirado una obra indebidamente. En ese momento no conocí a Eduardo Sotillos, pero sí posteriormente.

-Aunque realmente si es periodista lo es por Nacho Francia, que ejemplifica la necesidad de que varias generaciones coexistan en un mismo medio de comunicación...

-Así es. Nacho Francia es un periodista extraordinario. Leer las crónicas o los libros de Nacho Francia era una maravilla. Y sobre todo el conocimiento que tenía de Salamanca y de su sociedad. Llegué a Radio Nacional de Salamanca, una ciudad que no conocía, y él permanentemente me fue guiando, llevando, introduciendo... Fue mi gran maestro. Luego he tenido otro maestro, Jeremías Clemente, es un periodista de raza, otro autodidacta. Nacho no, estuvo en la antigua Escuela de Periodismo antes de que se abriera la facultad. Allí coincidió con mucha gente importante, que luego han sido grandes periodistas.

-De modo que estuvo en Salamanca...

-Sí. Allí, y esto sí me gustaría que se supiera... He entrevistado, como cualquier periodista ya con ciertos años, a mucha gente, gente absolutamente de todo tipo, pero me quiero quedar con la entrevista que le hice a Pilar Miró. Ella salió como salió de Televisión Española, de manera infame, nunca lo mereció porque creo que ha sido la mejor directora que ha tenido el ente, pero por cuestiones políticas se empeñaron en cortarle el pescuezo. Era una apestada para Radio Televisión Española. Fue a Salamanca y yo decidí entrevistarla. Y cuando terminó la entrevista se puso a llorar y me dijo: «César, te has atrevido, te has atrevido». Lloró, lloré y después nos fuimos a tomar un café irlandés.

-Entonces dijo: «Es escandaloso que se prescinda de trabajadores de 52 años»...

-Sí, lo es. Lo es porque está la experiencia, está el oficio. Están pasando cosas porque no solo se prescinde de trabajadores de 52 años, es que ahora también se está prescindiendo de los de 22 o 25 porque sus sueldos son tan miserables que no les dan para vivir. Es una forma de apartarlos de la sociedad, convirtiéndolos en parias aun teniendo trabajo. Tengo un hijo joven, se está formando, ha trabajado en una multinacional importantísima y les dijo: «Ahí os quedáis, cabrones». Afortunadamente es un tipo trabajador, está ahora mismo con una beca del Instituto de Comercio Exterior, dentro de dos o tres meses estará en una embajada española, pero es que el trato que les están dando a los jóvenes es miserable.

-Puede que en el mundo haya un deseo de castración intelectual...

-La hay, enorme, enorme. Quizá por venir de un recorrido de 65 años tengo otras referencias. ¿Dónde están los intelectuales de ahora, dónde está la voz de los intelectuales? Están callados, es lamentable, porque muchos de nosotros tenemos una escasa capacidad de pensamiento. Entonces desde ahí, por lo menos, que nos ayuden a pensar. No están, son muy pocos. No hay críticos de verdad en este país.

-¿Qué lecciones buenas le quedan de Radio Nacional?

-Que me ayudó a crecer, a pensar, a ser el tío que soy hoy. Estuve casi 30 años de mi vida, son muchos. El periodismo es permanentemente una especie de río, que lleva sedimentos, que los va dejando, y tú siempre estás ahí en la orilla, y tú vas cogiendo parte de esos sedimentos. Entrevistar a cualquiera, todo el mundo tiene algo que decir, y de ese algo que decir te vas quedando con aquello que crees que te aporta algo. El periodismo es, siempre, siempre, un río que pasa.

-¿Qué debe diferenciar a RNE de otras emisoras?

-Lo primero que tiene que haber es independencia. Tengo que reconocer que salvo algún momento RNE quedaba un poco al margen en Extremadura. No ha tenido ningún director que me dijera esto por aquí o esto por allí, nunca. Ahora, tú veías lo que pasaba en Madrid en Radio Nacional, lo que había en Radio Nacional... Hemos tenido a cada elemento que es de vergüenza que una radio pública, pagada por todos los españoles, los tuviera ahí dirigiendo. En la tele sí había siempre más presiones.

-¿No le da la sensación de que los medios nunca han sido independientes?

-Yo diría que sí han sido independientes cuando estaba la figura del editor. Por cierto, ustedes ahora con el Grupo Moll recuperan esa figura del editor, deben ser de los pocos. Luego tu editor podrá estar ahí o donde sea, pero todo el mundo sabrá dónde está el editor. En la prensa actual esa figura desaparece y el editor es el consejo de administración de un banco, y eso es peligrosísimo. Cuando desaparece la figura del editor y aparecen los bancos como accionistas, digamos que el periodismo se pega una gran hostia.

-¿A usted le gusta Gasol?

-¿Gasol? Sí. Además le vi debutar aquí en Cáceres.

-¿Cómo fue ese día?

-¿Ese día? Pues un día más, entró un larguirucho, que luego acabó siendo Gasol, pero aquel día era un larguirucho.

-¿Es más de baloncesto o de fútbol?

-La verdad es que del deporte me aburre casi todo, pese a haber hecho información deportiva. Pero, claro, yo hacía información deportiva, y esto alguno de los Ortiz se lo dirá, hacía información, saqué muchas exclusivas. No me quiero pavonear, pero ese era mi trabajo, usted sabe que en el periodismo algunas cosas llegan después del segundo whisky, yo procuraba echarle mucha agua al whisky. Era un buen narrador, creo, pero incapacitado para el análisis.

-¿Y en esa información deportiva descubrió mucha mezquindad?

-Buenoooo. Pasó que los que habían llegado, del negocio del baloncesto sabían poco. El más listo, probablemente, fue José María Bermejo, un tío al que le tengo un cariño importante, todavía nos juntamos y echamos unas risas. Pero llegó mucha gente a ver qué apañamos, a ver cómo va esto, a ver si esto nos ayuda.

-¿Qué opina de la boda de Sergio Ramos, cree que el deporte está perdiendo sus valores originarios?

-No opino nada, me pregunto: ¿Cómo le cuentan esta boda a sus hijos desde una perspectiva abierta? Yo tendría mucha vergüenza, mucha.

-Luis Salaya es el alcalde. ¿En qué ganará Cáceres con él?

-No solamente con él, que tiene grandes valores. Salaya es el alcalde del Partido Socialista, un partido que tiene una vocación transformadora enorme de la sociedad y esta ciudad necesita un meneo. Estoy convencido de que el PSOE capitaneado en este caso por Salaya le va a pegar ese meneo. La ciudad no puede seguir en la tristeza, un aburrimiento como de paladas de tierra, muy feo todo.

-¿Qué papel ha jugado usted en esa campaña, por cierto la mejor de las del PSOE en Cáceres?

-Ha sido un papel colectivo del comité de campaña. Nos podemos sentir orgullosos.

-¿Y por qué todos se empeñan en decir que a Salaya le irá mal, porque es joven, porque bla bla bla?

-Porque es gente que tiene que estar muy jodida de que le haya ido bien.

-¿Y por qué se usa la juventud como arma arrojadiza. Salaya ha cumplido hoy 31 años, Felipe tenía 32 cuando empezó a gobernar este país?

-Solo lo usan los viejos de vocación.

-Hable de su huerto...

Hostia, a veces me duelen los riñones. En uno de los huertos municipales, en los Carvajales, tengo una parcelita de 50 metros. Ahora está todo sembrado para los gazpachos. Hay pimientos, cebollas, tomates... Me viene muy bien porque estoy enganchado al móvil y cuando llego allí, queda aparcado.

-¿Cómo logra tener tan buen sentido del humor, porque es inteligente, supongo?

-No diría eso, pero me gusta mucho la risa, ver a la gente feliz, joder, si es que estamos aquí cuatro días y de esos, tres son muy jodidos. Vamos a aprovechar.

-Para terminar, ¿qué es el desamor?

-Un dolor enorme. Y el amor, un dolor enorme, porque el amor duele. El amor intenso es muy potente.