El mejor empresario que ha tenido esta ciudad, José Fernández López, tenía la Corchera Extremeña como su niña bonita. Cientos de empleados y un trato familiar. Entre ellos pusieron a la industria en el lugar que le correspondía.

En la década de los setenta tenía más de trescientos obreros. El director en aquella época, Fernando Rodríguez Gómez, ingeniero industrial, llevó a la corchera a su punto máximo.

La industria que ahora se pretende cerrar se abrió el 4 de mayo de 1945 como Sociedad Limitada y se transformó en 1952 en Sociedad Anónima con 40 accionistas, siendo Fernández López el mayor de ellos.

En estos años se exportaban productos por valor de 1,8 millones de euros a Estados Unidos, Australia, Israel, Alemania, Inglaterra, Turquía, San Salvador, Honduras, Irlanda, Holanda, Bélgica, Suiza, Finlandia, Venezuela, Puerto Rico, Suecia, Noruega, Dinamarca, Hong-Kong, Sudán, México, Francia, Grecia, Brasil...entre otras naciones y continentes que recibían los productos extremeños.

La rentabilidad estaba garantizada y sólo teníamos como competencia, muy fuerte, Portugal, que se ha hecho con el mercado, pero de este producto tan esencial hay campo y mercado para todos, solo que hay que saber luchar, hacer un buen estudio de mercado y hacer un producto competitivo.

Cerrar la corchera es cerrar otra de nuestras industrias carismáticas y que se debería poner remedio. Con tanto cambio de titularidad se nos puede ir de las manos. La transformación de la materia del corcho es algo cuya demostración está garantizada en suelos, aislamientos, tapones, revestimientos, losetas para decorar habitaciones y cientos de objetos que pueden realizar con el corcho, que son auténtica garantía. Y se nos puede ir de la manos una industria que si se cierra es una demostración palpable de que no se ha llevado con la visión comercial con que se creó.