THtace años, con mi compañera cronista de Talarrubia y compañera en el periodismo en Mérida, Soledad López Lago, hicimos varios trabajos juntos. Uno de ellos, que sentó mal a los cofrades semanasanteros, fue un extra que hicimos de Semana Santa. La portada era un caramelo de la Mártir, como una de las cosas más representativas, y lo fotografió Luis María Pérez Rodríguez.

A parte del clero no les gusta que se repartan caramelos, a mí, personalmente, no me gusta que griten con vivas y piropos a las imágenes, pero el reparto de caramelos, es una tradición de más de cien años. Decía Manuel Macías Gutiérrez que lo mejor que se había hecho es registrar el caramelo de la Mártir en 1902. Vienen desde las fundación de esta pastelería en 1827, tres años antes del nacimiento de Isabel II.

Mi padre mandaba caramelos a su hermano Juan Delgado Valhondo, profesor de química en el Instituto el Brocense de Cáceres y farmacéutico, un negocio que regenta su nieto Juan en la calle San Pedro. En la rebotica se tenía la tertulia literaria más importante de la capital cacereña. Nació en Mérida y pasó muchos años en su ciudad, le encantaban estos caramelos, les sabía a Mérida.

Recuerdo a Doña Bati sentada con su hija y algunas amigas en una pequeña camilla, en la misma pastelería, envolviendo miles de caramelos. Es una tradición que no tiene porqué desaparecer, tiene más de un siglo y nos recuerda a esta ciudad. Estos caramelos son parte de la historia de Mérida y la confitería es algo nuestro. Muchas y curiosas anécdotas de la ciudad podíamos contar.

Ahora se utilizan caramelos de colorines y sabores diferentes, pero con los de Santa Eulalia, hay una diferencia como el jamón de bellota al blanco de cebo. Los caramelos son pura esencia de esta ciudad, de esta Semana Santa. No los puedo tomar porque mi glucosa no me lo permite, pero sí los recomiendo a todos los cofrades, porque un dulce no amarga a nadie y si se llama Eulalia, emeritense y en Semana Santa, es dulzura celestial y sales santificado.