Pertenezco al selecto grupo de ciudadanos que plantamos la X en el IRPF a favor de la Iglesia; nada extraordinario para quienes nos consideramos bien nacidos y mira tú por donde podemos agradecer ese parto a nuestra Madre la Iglesia. Me refiero a la Iglesia Católica, apostólica, romana y, con este Papa, transparente hasta límites insospechados que esto de las paredes y techos de cristal tiene su aquel. Si seré devoto de esta X que hasta cuando vivía Setién la ponía voluntariamente y mira que era argumento este pobre obispo, a quien Dios ya ha juzgado, para refunfuñar contra algunos pastores (descarriados en este caso). Y pongo la X porque sé de quién me fío, porque veo en mi parroquia y en mi Mérida, sin ir más lejos, los beneficios que reciben de la Iglesia miles de ciudadanos, no solo espirituales (aunque el corazón de las personas es lo primero), sino también asistenciales, sociales, estomacales y económicos. Es poco lo que el Estado (que debe mucho) da, apenas un 0,7% del impuesto sobre la renta, pero es una excelente inversión porque lo que se recauda está bien empleado y repercute en quienes más lo necesitan. A esto yo le llamo la solidaridad de los muchos pocos. Estoy convencido de que esos muchos pocos en generosidad no somos los más ricos pero sí los más solidarios durante la crisis y que ayudar se contagia.

Ahora que algunos memos diputados critican la filantropía de empresarios ricos, manifestando estupideces con énfasis, olvidando que esas aportaciones son socialmente importantes, ahora, tras dar las gracias a señores como los de Zara o Mercadona quiero destacar las pequeñas aportaciones solidarias de las clases medias o bajas, esas que ponemos la X. No estamos solos, hay mucha gente buena por el mundo empeñada en ayudar a los demás y en aliviar sus corazones, porque quizá no haya peor debilidad que la de quien tiene el corazón amordazado. Pero me estoy yendo del asunto y eso que he dejado para el final el argumento concluyente por el que pongo la X en el IRPF para la Iglesia Católica; pues miren, lo hago porque me sale chingón, porque me da la gana que, bien pensado, es buen argumento y, a mí, me vale madre.