Hace unos días en la acera de Legión X vi como Pelín salía del Nevado, bien acompañado por el aura que deja el aguardiente de Verín, ese que solíamos compartir los de mi Peña Los Impresentables; la cosa no tendría mayor importancia salvo que la taberna estaba cerrada a cal y canto cuestión que a Pelín no le importa pues para eso es un fantasma que atraviesa paredes donde yo me empotro, pero también resulta inaudito pues Pelín es un fantasma lamentablemente delgado (es lo que tiene dejar la bebida, a ver si aprendo) que no aparenta tener fuerza y cuya mirada destila la desesperanza de quien tiene toda la aburrida eternidad por delante.

«Hace tiempo que no nos vemos, le dije, ni Ulises se pegaba los viajes que te das tú», ¿Ah, me echas de menos, ves cómo eres sentimentalmente incurable? Fingí no haberle escuchado, pero él continuó: «Vale, pero no hablemos más de mí, hablemos de ti, ¿qué piensas de mí?» «Pelín, ojalá tuviera yo el valor que tú tienes para hablar de las cosas sin importarme el qué dirán...» «¿Pues ahora que lo dices, sabes quién ha recuperado una antigua profesión?» No. «Pues quienes os (des)gobiernan han decidido volver a uno de los oficios más macabros y execrables del mundo: el de verdugo. Y lo hacen mediante la ley de la Eutanasia, que transforma a los médicos, que están para curar, en verdugos para matar, quieran o no quieran; nada de cuidar a bien morir ni paliar la enfermedad; cortando por lo que aún tiene vida se evitan muchos gastos».

Siempre creí que el médico debía apostar por la vida, que está para ayudar, pero tiene razón Pelín, si un médico accede a cortar la vida rompe el vínculo sagrado que tiene con el paciente, que es respetarle por encima de todo; si dentro de las competencias del profesional sanitario entra la de poder matar alguien puede entender eso como herramienta terapéutica, empieza a creerse capacitado para determinar cuando una persona debe morir (aunque esa persona no quiera) y acaba practicando la eutanasia sin respetar la voluntad de la persona que tiene delante. Como si la vida fuera una flor, la cortas y te la llevas hasta que se seca. Pero, si la amas, la riegas a diario. Lo dicho: de profesión, verdugo.