Ni Pzifer ni Astra Zeneca ni Moderna, la auténtica vacuna que hace milagros se llama ‘Progresista’ que, convenientemente aplicada, es de tal eficacia que transforma lo malo en bueno, que se lo pregunten a Bildu que de organización criminal se ha redimido gracias al progresismo en ovejita Norit, lo desastroso en provechoso, miren Cataluña, lo perenne en efímero, tanto que han puesto las barbas de la monarquía en remojo aunque, eso sí, los Borbón están haciendo mucho por autodestruirse. Caramba con la progresía que, además, tiene sus efectos colaterales extendiéndose por el cuerpo social de manera rápida hacia una república ‘progresista’, inclusiva, moderna, feminista, diversa, sostenible y ‘gazpachera’ (iba a poner pedorra pero no me ha parecido elegante). Es una vacuna que te da, directamente, un viaje al corazón de las tinieblas.

Para poder aplicarse la vacuna progresista hay una condición imprescindible: ser de izquierdas y excluyente de quien no lo sea. A partir de ahí podemos vacunar. Esta vacuna, que más parece virus, distingue entre las gentes y se inocula preferentemente a quien de una manera u otra ostenta el poder: jueces progresistas, fiscales progresistas, sindicatos progresistas, políticos, oenegés progresistas (sustituyan siempre por izquierdistas). Entre mis compañeros de profesión (es un decir) hay mucho progresista, se nota en la incapacidad que tienen en llamar extrema izquierda a la extrema izquierda y lo fácil que contagian de fascista o extrema a la derecha. También son muy dados a tachar de ultra a quien no sea progresista en materia moral o religiosa (yo, en concreto, soy ultra católico, manda huevos). Más que una vacuna estamos hablando de una varita mágica que transforma todo lo que toca, para mal, tanto que enmienda el viejo aserto del hombre es un lobo y ahora no, ahora el hombre, ay, es un progresista para el hombre y, junto a ello, rompe la máxima de que «no es un hombre más que otro si no hace más que otro», pues un hombre parece que es más que otro al ser más progresista que otro. Y con estos bueyes tenemos que arar. ¡Señor, qué harto! Menos mal que vas a resucitar.