Tengo un conocido, vamos a dejarlo así, que ostenta un cargo de alta responsabilidad en una empresa del norte de España y que diariamente va hecho un pincel a su trabajo pues la conjunción camisa-corbata-americana es digna de pasarela. Tipo elegante. Pasa fugazmente por Mérida y siempre en pantalones cortos, incluso para ir a misa. Un día le pregunté: «¿Oye, tú en Pamplona vas así de esta guisa?» «No hombre Rafa, no, solo cuando bajo al pueblo». Error conceptual: Mérida no es un pueblo grande, sino una ciudad chica (podría añadir eso de bimilenaria, patrimonio, capital de etc, pero no lo hago) digna de respeto para quienes nos visitan. 

Hay gente que nos supone un doble complejo de inferioridad, por extremeño y por emeritense y basta mirarlos para entender que los acomplejados son ellos. No es un error de apreciación constatar que hay tipos a quienes los pantalones cortos les sientan y asientan de pena. Ridículos, sería palabra certera. Que no digo yo que la gente vista como quiera, hasta ahí podíamos llegar, pero que no me justifiquen tamaña ordinariez en argumentos tipo: «Es que los pantalones cortos son más cómodos». Menos lobos Caperu. Yo voy bien cómodo y no me pongo pantalones cortos (ni bermudas ni bañador). Es más, la prueba de que un chaval deja de ser niño y pasa a ser medio hombre es que deja los pantalones cortos y se pone los largos (de los rotos, otra estupidez, hablaremos) como síntoma de que dejó la infancia. 

Y que les den a los de la ideología de género, pero solo las mujeres deberían estar autorizadas a ir en pantalones cortos. Lucen más y esto no necesita explicación. Ponerte pantalones cortos o bermudas para ir a la Charca tiene un pase, pero ponértelos para ir por Mérida o al Teatro Romano es señal pueblerina. ¡Y nosotros somos una histórica gran ciudad pequeña! Ya puestos, si lo que quieren es dar la nota que lo hagan bien, que vayan con bombachos, que eso sí que es prenda cómoda, camisa hawaiana y calcetines blancos. Y a ver qué pasa.