Qué cosas tiene la Navidad que siempre repican las campanas de Belén con el mismo tañer que se oía por el Camino Viejo de Esparragalejo cuando, por no haber, no había ni televisión ni discursos. Aquellos sí que eran solsticios.

 Ahora bien, el problema de los discursos de Navidad es que mi nieta no sabe cómo bailarlos y hay que interrumpir la escenografía de Merceditas, manos hacia arriba, manos hacia abajo, pum, pum, pum, para poner al monarca o al político en su lugar: es decir, sin voz. A las seis de la tarde del día 24 habíamos dicho: «Google ponme villancicos flamencos» y escuchado: «Para reproducir este contenido es necesario tener una suscripción, pero le puedo buscar otro contenido». Ok Google, ponme a José Feliciano con su nieto y después a Mariah Carey. 

Y mi nieta pompis hacia arriba, pompis hacia abajo pum, pum, pum luciendo palmito y acompasando villancico, tan contenta, hasta que escuchó: Google, quita el volumen. ¿Qué hizo? Fue al aparatito y atronó a toda la vecindad. «Esta niña será investigadora», dijo alguien. ¿Será? No, ya lo es. 

Eso ganamos porque los discursitos navideños están pasados de rosca, de moda y de mazapán. A mí me resultan anacrónicos, insulsos, faltos de interés e inmersos en un ritual anodino en medio de escenarios de gurús de la imagen. Mira aquí, mira allá. Y frases de chiste, como esa de «tenemos todo el futuro por delante». Vaya, solo faltaría que lo tuviéramos por detrás… Bueno mejor lo dejo ahí por no hacer otro chiste (malo). Hay otra frase tópica, esa de «vamos a trabajar con toda la energía y toda la decisión». Caramba, con lo que cobráis sería lo mínimo sin no fuerais tan gandules. 

En todo caso, qué quieren que les diga, a mí en Navidad me gusta escuchar en familia, no hay fiesta más familiar que la Navidad, las campanas de Belén, campana sobre campana y sobre campana una, asómate a la ventana y verás al Niño en la cuna. Y que beban los peces en el río.