Agustín Jiménez Villahoz fue un emeritense ejemplar. Repito por si acaso alguien no se ha enterado: ‘ejem-plar’. Y digo mal ‘fue’ en lugar de ‘es’ porque siempre está vivo aquello que se recuerda. Y somos muchos quienes le tenemos en memoria y afectos. Y ARO lo sabe. 

Ocurre que para que ese recuerdo perviva para las generaciones venideras se necesita algo tangible, concreto, cívico y cercano. Desde 1956 hasta 2013 en los que murió con las botas (de fútbol) puestas, Agustín fue referente humano, deportivo y emeritense. Sus devociones: la Mártir, el Nazareno, el Imperio, el Atlético de Madrid. Las sentía y las demostraba apasionadamente, que es forma digna de andar por la vida. 

Durante esos años decir ‘Imperio’ era decir (gracias Joan Manuel) amigo, fútbol, Mérida y Agustín; bota, balón y linimento; la isla, el Circo, espinillera, orsay y chilena. Polvo, sudor y goles. Decir Imperio era palabra de juventud de muchos emeritenses. Quien habló de fútbol blanco estaba pensando en el Imperio y en esos locos capaces de perder partidos y ganar en deportividad: esos Rodri, Fouto, Aurelio, Pancho, Jesús Cabezas… y tantos otros. Unos brillantes; otros, como Liberal, malogrados por lesión, pero todos engrandecieron al Imperio y el Imperio a ellos. 

De Agustín, menudo pero vivaz, enraizado como una encina en su Mérida del alma, se aprendía a ganar sin arrogancia y a perder sin humillación, a saber ganar y saber perder, siempre con el mismo tono, el de Kipling: «Si tropieza el triunfo, si llega la derrota, y a los dos impostores los tratas de la igual forma…» Agustín vivió y vivió bien porque solo viven los que luchan. Y él era un gran luchador, que trascendía a una visión mediocre de la jugada. 

Creo en la trascendencia social del fútbol. Introducir la pelota en una portería no hace más grande a un pueblo ni lo convierte en nación, pero en el trasfondo de este acontecimiento Romano algo de Mérida sobrevuela todo partido de fútbol, por modesto que sea. Si al rezar, nuestras rodillas son nuestras alas, al marcar un gol le llaman Augusta, Emérita.