El Periódico Extremadura

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recorrido por una profesión olvidada

Las chicas del cable de Mérida

Más de un centenar de mujeres llegaron a trabajar como operadoras en el edificio de Telefónica de la calle Trajano, construido en 1970, que la compañía ha puesto en venta. "Supusimos una punta de lanza en la incorporación de la mujer al trabajo", destaca una de las telefonistas

Operadoras de la compañía Telefónica, en el inmueble de la calle Trajano de Mérida. EL PERIÓDICO

¿Qué población desea? A sus 73 años, la emeritense Teresa Moreno recuerda como si fuera ayer la frase que una y otra vez repitió en su trabajo como operadora de la por entonces conocida como Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), que se fundó en Madrid en el año 1924. Ella es una de las más de un centenar de mujeres, de las auténticas ‘chicas del cable’, que llegaron a trabajar en el edificio que la empresa multinacional de telecomunicaciones tiene ubicado en la calle Trajano de Mérida. Tal y como avanzara este diario la semana pasada, este inmueble construido en el año 1970 se ha puesto en venta, aunque desde la compañía no han querido precisar el importe que se tendrá que abonar para hacerse con él.

En el interior de estas instalaciones todavía hay equipos en funcionamiento y empleados a su cargo, pero esta realidad dicta bastante de parecerse a la de aquellos años en los que este centro de la capital autonómica se configuraba como «un punto de referencia en el ámbito de las comunicaciones». El edificio, que cuenta con una extensión de 1.352 metros cuadrados, consta de un sótano, planta baja y otras dos en altura. En la última planta trabajaban las telefonistas. Teresa señala que en el cuadro de conexiones había unas 50 o 60 ‘posiciones’, que era como llamaban al sitio en el que se sentaba cada operadora para manejar con rapidez los cables de un panel lleno de luces y clavijas, y lograr así la conexión reclamada por los abonados. 

Por recomendación de una amiga de su familia, cuando Teresa tenía 23 años decidió abandonar su empleo en una empresa de electrodomésticos y opositar para entrar a trabajar en Telefónica. Recuerda que tuvo que aprobar dos exámenes, además de una prueba de longitud de los brazos que se hacía para comprobar si la mujer podría acceder a los extremos de su puesto. Buena parte de las telefonistas que estuvieron en el edificio de la calle Trajano eran de Mérida, aunque otras compañeras también acudían en comisión de servicio desde otros puntos del país. «Las telefonistas supusimos una punta de lanza en la incorporación de la mujer al trabajo. Todas las operadoras éramos mujeres, salvo en los pueblos pequeños donde la concesión se le otorgaba a la familia y podía ejercer cualquier integrante», explica. 

Un trabajo gratificante

Con anterioridad a que las llamadas entre los teléfonos se hicieran de forma automática, estos se conectaban mediante una centralita. De esta manera, un abonado que quisiera hablar con otro debía de ponerse primero en contacto con su central. La operadora era la encargada de habilitar la comunicación entre las dos personas interesadas, mediante el cambio de posiciones de las clavijas en el panel. Las telefonistas de la central telefónica de Mérida se organizaban por turnos de trabajo, que se respetaban de manera estricta.

«Trabajábamos mucho, pero era un trabajo muy gratificante porque nuestro cometido consistía en conectar a las personas en momentos muy necesarios. Sentirse útil en ese sentido era muy satisfactorio», confiesa la extelefonista. «Siempre hacíamos todo lo que estuviera en nuestras manos para poder darles la conexión que pedían de la mejor manera que pudiéramos y lo antes posible». Pese a esta buena fe, en algunas ocasiones el cometido no era tan fácil: «La conexión entre los pequeños pueblos de toda España se hacía difícil y los abonados a veces no tenían paciencia suficiente». 

El secreto profesional

Trabajar como telefonista suponía acceder de manera directa a la vida personal de los usuarios, ya que en todo momento debían hacer un seguimiento de las conversaciones para comprobar que la conexión se estaba desarrollando bien. «Teníamos un código ético similar al de médicos, abogados y curas porque bajo ningún concepto podíamos comentar absolutamente con nadie nada de lo que escuchábamos en cada conexión», destaca. De hecho, la obligación de mantener el silencio profesional venía recogida en el contrato con Telefónica y, en caso de incumplir este punto, incluso podía suponer el despido.

Sobre los asuntos que versaban las llamadas, Teresa sostiene que si la conferencia que se solicitaba estaba relacionada con una emergencia, como un accidente, un fallecimiento o un incendio, la encargada o vigilanta tenía la potestad de cortar otra comunicación que se estuviera llevando a término para dar paso a la de emergencia. «Había conferencias muy alegres, como cuando un abonado quería contactar con su madre para decirle que su mujer había dado a luz», recuerda la emeritense. 

La profesión de telefonista estaba bien considerada, pues Teresa afirma que las condiciones laborales eran estupendas. Esto responde a que el trabajo estaba muy bien remunerado, tenían incentivos extraordinarios, seguros en clínicas privadas y recibían dinero para pagar los estudios a sus hijos hasta que salían de la Universidad. Su prejubilación, con 51 años, se tramitó con unas condiciones «muy favorables», incluso a día de hoy sigue teniendo el respaldo de la compañía. «Me siento muy orgullosa de haber pertenecido a Telefónica, una de las mejores empresas de Europa y, sobre todo, me siento muy agradecida de mis compañeras del alma, porque después de tantos años seguimos estando muy unidas», confiesa.

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