Ignoro si la barbería de Hernando de Bustamante tuvo litigios con el concejo de Mérida por un quítame allá esos doblones. Lo cierto es que la traspasó y su sucesor en la peluquería, Willy, no ha tenido que largarse a Sanlúcar de Barrameda para dar la vuelta al mundo, y no en góndola precisamente. 

Siempre me ha causado sensación la lista de emeritenses, la mayoría anónimos, que embarcaron rumbo a las Indias (que en realidad eran americanas) no tanto para descubrir nuevo mundo, sino más bien para alejarse del hambre, la desdichas, fatalidad o cárcel. Pero lo cierto es que, hombres de acero en barcos de madera, dieron la talla, supieron estar a la altura de los oleajes, galernas y traiciones (sobre todo de esto último, el mar lo ves venir) y 5 siglos después es como para estar orgullosos de ellos. 

¡Mecachis! que en Sanlúcar de Barrameda, por bigotes, lo están más que nosotros. Creo que tardaron entre 1519 y 1522 en dar la vuelta al mundo, un poco menos que hoy en ir en tren entre Mérida y Sanlúcar (por ejemplo), o sea que en la bimilenaria lo que se dice en comunicaciones no hemos avanzado mucho desde la época romana. Por lo visto Hernando de Bustamante se enroló en la nao Concepción como barbero y cirujano, sin convenio colectivo, sin pagas extras ni sindicato subvencionado que lo defendiera, aunque ahora que caigo sindicato y subvencionado es un pleonasmo, no existe sindicalista subvencionado, ni en pandemia. 

Bueno, de eso se libró Hernando de Bustamante, de eso y de mil conjuras, motines e indígenas (Magallanes de esos no se salvó). Volvieron a los tres años 18 de los 265 que habían salido, capitaneados por Juan Sebastián Elcano y Hernando de Bustamante.

Llevo décadas yendo habitualmente a la calle Capitán Hernando de Bustamante de Mérida, no hay espacio en sus aceras donde no haya aparcado ni paso de peatones donde no haya sido multado (200 leuros la última). Subir la cuesta desde la avenida del prócer José Fernández López hasta la calle Francisco de Almaraz y sentir que me acercaba a casa era todo una, aunque en realidad la casa era de don Guillermo Soto Burgos, al que tanto echo de menos. Otro héroe que a mí me ayudó a descubrir nuevos Mediterráneos, un descubrimiento que cambió el paisaje de mi vida.