A ver, a ver: ‘Solo asesinatos en el edificio’ les anticipo que me gusta. Esa mezcla de comedia y misterio es aparente y consigue interesarme. A quien no creo que le gustara mucho es a Walt Disney, pues hay una diferencia y no de matices precisamente entre Mickey Mouse, Dumbo, Bambi o Mary Poppins y los alardes de género que la factoría Disney perpetra a casco porro vengan o no vengan a cuento. La primera temporada de Solo asesinatos en el edificio me pareció magnífica pese a algún lunar (de género) que no venía a cuento. Lunar negro, por cierto. 

Ahora, Mabel, Oliver y Charles, (bien interpretados por Selena Gómez, Martin Short y Steve Martin) continúan la tensión y el misterio en su edificio, el Arconia. Y han tirado para adelante con una de las dinámicas cómicas más divertidas de la televisión donde el histrionismo de Short queda contrarrestado por la calculada inexpresividad de Gómez, que tiene el don de transmitir el estado emocional de Mabel con muy poco.

Todo esto adornado con unos guiones que mezclan lo obvio con lo esperpéntico, lo normal con lo extraordinario, de manera ocurrente: el loro testigo del asesinato, pasadizos secretos, ascensor estrafalario, la ropa de Selena a tono con los cuadros que aparecen detrás… Total, una serie para disfrutar hoy por hoy (llevo vistos cinco episodios de la segunda temporada y no se les han agotado las ideas). 

Vaya, que pese a lo que pienso escribir a continuación les recomiendo que se pasen por el Arconia, en el centro de Manhattan, pero cuidado con sus vecinos porque uno de ellos es un asesino y seguro que solo el loro sabe quién es. Dicho esto, la serie la emite Disney, que supongo que algo tendrá que ver con Walt del mismo nombre que fue icono cultural en Estados Unidos (y por ende en el mundo) quizá por su visión artística amable, infantil y con valores tradicionales en el siglo pasado. 

Pero las series de Disney se han embarcado en una espiral de ideología de género forzada, artificial e innecesaria, ellos sabrán porqué. Como tontos no son, si lo hacen es porque le sale a cuenta. En Solo asesinatos en el edificio en la primera temporada introducen (vaya, tendré que cuidar las palabras) un lunar lésbico añadido; bueno en la segunda hasta Selena sucumbe con un morreo absurdo y fútil. 

Disney actual va más lejos y en Toy Story al bueno de Buzz Lightyear como se descuide se la clavan (y no quiero decir más) con el sheriff Woody. Lo que Disney (actual) empezó metiendo (y dale con las palabras) de manera solapada ahora lo hace ostentosamente, pero sigue teniendo la imagen de marca del castillito con los duendes, hadas y princesas (cuidado con lo de princesas, Rafa, porque ahora las niñas ya no quieren ser princesas sino machos alfa).

 Es decir, aboga por personajes LGBTQUIA etc. en todos sus productos destinados a un público infantil. Joder con los de Disney. Eso tiene un nombre: diabólico. Lo tremendo es que el conglomerado Disney con cerca de 100 años de historia (Los Ángeles, 1923) puede que sea el más grande del mundo y ahora se está reinventando, reescribiendo sus historias, innovando sus personajes, cada día más diversos sexualmente. 

Ahora en La Bella y la Bestia; El Rey León; Pocahontas; Bambi; La Sirenita; Frozen, Peter Pan (si yo les dijera lo que hace el Capitán Garfio con el susodicho…); Tarzán… los nombres son identificados como gays, queer, transgéneros, binarios, pansexual y persona de género fluido, en la extensa y difusa jerga creada en la ideología de género. 

Por narices hay que introducir (y dale) en la historia una «persona negra, queer y trans», un «asexual» y «la madre (de) un niño transgénero y un niño pansexual». ¡Manda huevos a Walt! Por cierto, que si pudiera descongelar a Walt (Disney, aún) para preguntarle qué le parece ese aluvión de reposición de películas ya vistas en mi infancia, pero con ese enfoque nuevo y sesgado, se mire por detrás o por delante. No lo haré porque me temo que si le pregunto qué significa «Hakuna matata» me traducirá: «Jódete, Rafa».