Cuatro gotas. Eso es lo que mal ha llovido. Lo sé porque el termómetro de pluviosidad en Mérida lo marca, desde hace tres mil años (aproximadamente) el Albarregas y este venía con un hilillo miserable, una meada de gato (pequeñito) que sirve, pero poco. Qué tiempos aquellos en los que el arroyo Fluminus Barraeca venía bravo desde Cornalvo llevándose por delante los huertos desde San Juan hasta el puente de hierro, expandiendo sus achocolatadas aguas hasta San Bartolomé (aquellos Chinos antiguos que tanto y tanto dieron que hablar) e impregnando de pasta de papel de color gris toda su desembocadura en el viejo Anas. Pasta de papel de la Papelera Santa Eulalia, ese lugar donde mi padre transitó su vida. 

Después canalizaron el Albarregas y se acabaron las ranas, esos batracios contrarios al progreso, a la civilización y reacios al agua limpia. De ranas sabíamos un rato en las Abadías porque armados con una linterna de petaca de aquellas con pilas planas, un trasmallo y un trapo rojizo recorríamos en verano la orilla difusa del Albarregas entre juncos y hierbajos para conseguir alguna, esmerándonos en seguir la estrategia de don Mendo: «Se la alumbra, se la deslumbra/ con la lumbre del farol/ queda la rana temblorosa/cautelosa recelosa/y, entonces, sin embarazo, se le atiza un estacazo,/se la mata, y a otra cosa». Matar, matábamos pocas pero para comérselas estaba el Antillano, más conocido como ‘Bocatuerta’, que las hacía fritas o al ajillo, de ambas formas de rechupete. 

Tenía entendido que algunas ranas cuando se aturden se vuelven tiernas y, si se las besa, se transforman, pero en el Albarregas de esas no había (esto me lo dijo Pelín, él sabría por qué). También el Guadiana, cuando llovía, y llovía, se salía de cauce llegando por el Camino Viejo de Esparragalejo hasta el tejar de Norberto del Río (ahora La Chimenea) y contradiciendo, así, el Romance del río Guadiana de Celestino Vega: «Y cuando llegas a Emérita/otra itálica enterrada/ceremonioso compones/tu toga de espumas blancas/bajo los arcos triunfales/de la ancha puente romana./ ¡Lenta pereza tendida!/¡Sueños de cielos y aguas!/¡Rio que renace y muere! ¡Guadiana, lento Guadiana!»