Caía la tarde cuando Pelín me vino a buscar para pedirme un carrino donde llevar la juncia con la que alfombran en el Corpus la Calle Santa Eulalia y el Bulevar de Valverde Lillo (igual que antes, pero sin bordillo). Mientras el sol declinaba le pregunté para qué quería la juncia un fantasma como él, no fuera a materializarse como un día nos ocurrió en el Chinche (cuando estaba abierto: te añoro Angelito) y tuvimos que salir por los pelos (metafóricamente) y sin pagar.
Me ha tranquilizado diciendo que eso ya no puede ocurrir pues el otro día, en un arrebato de corporeidad, se presentó visible en la cafetería del Instituto Santa Eulalia, a la hora del recreo, mientras una larga cola esperaba para que abrieran. Lleno total. Y Pelín era el único que no estaba mirando un móvil, el único que no llevaba auriculares ni cascos y el único que miraba a su entorno.
Chicos, chicas, nadie se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor, a nadie le importaba nada que no estuviera en su pantalla. WhatsApp, Instagram, lo que sea: fotos, conversaciones, noticias, informaciones, vídeos, chats, tuits, canciones, podcast. La oferta está a la altura de la reconocida inteligencia de los usuarios que, más que ideas, lo que tienen son visiones. Tantas que a Pelín lo vuelven a hacer invisible. A Pelín y a cualquier humano que esté cerca. A eso lo llaman realidad virtual que sustituye a la realidad, enfoca los ojos en un pequeño mundo olvidando la abertura a los demás.
A ver, a ver cómo lo digo: les es más interesante ese mundo encuadrado (apantallado) que el de los cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) pues el móvil ni huele ni suda ni duele ni moja ni besa ni siente. Y la verdad, la realidad, les resulta aburrida, complicada, cansina, monótona, dura, frustrante. O evasión o historia (asignatura de). Estos alumnos de Instituto la única ciencia que dominan es la ciencia ficción, tanta que solo a un fantasma, a mi Pelín, parecía importarle lo que pasaba allí. Y aquí.