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Crítica Teatral / 70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida

'Tiresias': Que no decaiga la tragedia

Anabel Alonso durante un momento de la obra.

Anabel Alonso durante un momento de la obra. / Jorge Armestar

Olga Ayuso

Le hemos visto como joven, como monstruo desnudo y pintado de negro con la voz de Blanca Portillo; tocando un violín y con el acento chino de Jiaying Li, como un viejito con bastón las más de las veces. Tiresias es el «te vas a caer» de los padres («¿ves? te caíste»), el que no quiere decir la verdad a veces y el que firma, en esta obra, que verdad es igual a belleza (ah, las raíces platónicas de nuestra vida: belleza y verdad, bondad y verdad). Lo de la belleza y la verdad a mí siempre me ha chirriado, porque del medievo salimos hace unos cuantos siglos y, sobre todo, porque, a ver, qué hacemos los feos, que no tenemos culpita ninguna. 

Le hemos visto mucho, decía. «Ya llega Tiresias», pienso yo, con gozo, cada vez que aparece. En mi vida grecolatina hay cuatro personajes favoritos: Antígona, Edipo, Medea y este señor que fue mujer por un quítame allá esas serpientes o por cualquier otra jugarreta del destino (llámalo destino, llámalo Hera). Tiresias es el de los augurios. El que precipita la anagnórisis. El que te dice lo que, en teoría quieres oír y en la práctica menos. Que no decaiga la tragedia. 

Es la frase que repite Anabel Alonso en cada cuadro. Ella interpreta a Tiresias, en un registro tragicómico (también hay humor aquí) al que nos tiene menos acostumbrados (pero no nada acostumbrados, fíjense en ‘La Celestina’) y funciona muy bien. La dirige Carlota Ferrer, que usa un toro de Osborne (vino la muerte del chiquero: vino / de la valla, de Dios, hasta su encuentro / la vida entre la luz) y que ha dejado el frente escénico casi sin escenografía para dialogar con él y, miren, vimos teatro. Hay una propuesta sólida, todos los actores están estupendos y brillan (y cantan y bailan -un monumento para Paula Mendoza, qué voz más bella; y para Carlos Beluga, allá arriba, con su guitarra-) y qué fiereza y qué sensualidad la de Ana Fernández y qué precioso Edipo crea Alfredo Noval (recuerden: soy muy exigente con los Edipos) y qué dulce María García Concha, que no se mueve del lado de Tiresias nunca, y qué bien engarzados los lenguajes y los personajes y la historia, las historias, que nos cuentan muchos de los mitos que amamos, como Antígona (por favor, mónteme alguien una Antígona pronto, gracias). 

Un momento de la obra 'Tiresias'.

Un momento de la obra 'Tiresias'. / Jorge Armestar

Pero, sobre todo, permítanme, que ahora voy a ir a lo personal, qué bonito ver a Alberto Velasco encima de ese escenario. 

Alberto Velasco no tiene un cuerpo normativo. Yo tampoco. Decimos, generalmente, «no tiene un cuerpo normativo» para decir «estamos gordos». Él bastante menos que yo. Él escribe: «Nunca estamos a gusto con el cuerpo que nos ha tocado, nos pasamos la vida entera intentando cambiarlo a gusto del consumidor, del que mira, del que opina, del que decide, del que oprime. Uno quiere ser gordo para dejar de ser el flaco, el otro quiere ser flaco para dejar de ser el gordo. ¿Dónde quedo yo? ¿Cómo me reconcilio con mi cuerpo? Nos vemos siempre empujados a la lucha sin entender del todo que el cuerpo es líquido, mutable y en continuo cambio. Lo que fue ayer no es hoy y no será mañana. Por eso mi entrega total es con amor a mi cuerpo por encima de formas y lecturas. Yo ya no lucho, mi batalla es calmada y llena de ternura radical, mi existencia se reivindica por sí sola. Hay algo que tengo muy claro: La belleza es inherente a la existencia. La belleza nos pertenece solo por ser hijos de la naturaleza. Todo fruto de la creación es hermoso. No es objeto de debate». 

Yo le entrevisté, por primera vez, por ‘Danzad malditos’ y luego vino a presentar una gala del Fancinegay y luego a recoger un premio al Fancinegay y, en fin, le tengo cariño. «Ah, dices cosas bellas de la obra por esto». No, por favor, no soy estúpida. Bueno, y tengo mucha ética profesional, que es lo importante. Probablemente, si pensara que no es una buena propuesta, me verían dar vueltas y más vueltas. Pero pienso que es una buena propuesta, con sus irregularidades (todas las obras las tienen, o casi todas) y, por ende, qué bonito ver a Alberto ahí. Porque Alberto baila para demostrarnos que el baile pertenece a todos, no solo de los que tienen un cuerpo como Ángel Corella y que todos deberíamos explorar dónde están los límites de lo que puede hacer nuestro cuerpo y que podemos ser un macho muy macho y una ninfa a la vez y que se trata, la vida, de jugar y contar historias y participar con otros en esas historias y mirarnos y decir: qué bien baila Alberto.

Así que, sí. No les pude recomendar ‘Dido y Eneas’ (qué belleza) porque solo estuvo un día, pero les puedo decir que vayan a ver Tiresias si quieren ver teatro. Ahí es nada.

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