Fue una profesora, Chus, quien le contagió el amor por la ciencia. Así lo recuerda Alejandra Palomino (Cáceres, 1990), que apenas acaba de presentar su tesis doctoral en la que ha trabajado en la búsqueda de estrategias contra infartos cerebrales.

-¿Tuvo vocación científica desde siempre?

-La verdad es que desde que era una niña recuerdo tener interés por las cosas pequeñas, me gustaba abrir las plantas y tocar un poco todo lo que hubiera a mi alrededor. Pero en el colegio fue cuando me empezó a fascinar la ciencia. Recuerdo con unos 12 años en las prácticas de biología, nos tocó diseccionar unos corazones de cerdo y la verdad es que me pareció impresionante poder ver el interior del órgano y entender cómo funcionaba, tanto que la profesora preguntó si algunos nos queríamos quedar por la tarde para diseccionar también un páncreas. ¡Ni me lo pensé!

-Recuerda algún referente femenino cuando era niña?

-De pequeña no recuerdo ningún referente femenino en especial, la verdad. Recuerdo que nos hablaron de Marie Curie, de Rosalind Franklin... Ya en la adolescencia empecé a conocer a más científicas relevantes, como es el caso de Rachel Carson, la primera en advertir sobre los efectos nocivos de los pesticidas en el medio ambiente. 

-¿Ha experimentado el ‘Efecto Matilda’? 

-No, pero lo que sí he podido apreciar es cómo la mayoría de los investigadores jefes son hombres, mientras que a mi alrededor había un mayor número de mujeres trabajando en ciencia. Espero que en los próximos años está situación cambie y se iguale un poco la cosa. 

-¿Hay futuro para las jóvenes investigadoras? 

-Hay futuro, pero no será un camino fácil. Ahora mismo se está luchando por tener más derechos para los contratos predoctorales y postdoctorales en España. La situación sigue siendo muy precaria y es una pena cómo empezamos la carrera investigadora llenas de ilusión y como esta ilusión se va evaporando por el camino.