El segundo Mundial de la historia estuvo marcado por la irrupción del régimen fascista en Italia. Su líder, Benito Mussolini, se encargó de atarlo todo para que la FIFA otorgara la organización al país transalpino, presionando tanto al presidente del máximo organismo futbolístico, Jules Rimet, como a Suecia, el otro país que se había postulado para acoger la primera Copa del Mundo en Europa.

El 'Duce' contemplaba la cita como una oportunidad para publicitar su régimen ante el mundo. Y la victoria de Italia era innegociable. Para ello, acogió a algunos de los mejores futbolistas del momento bajo la condición de oriundos. Así, los argentinos Luis Monti, Atilio Demaría, Enrique Guaita y Raimundo Orsi y el brasileño Anfilogio Guarisi se pusieron a las órdenes del seleccionador Vittorio Pozzo.

A favor de Italia jugó la ausencia de Uruguay. La primera selección campeona decidió no participar en respuesta al boicot de las selecciones europeas al Mundial que organizó cuatro años antes, siendo la primera vez que el campeón no defiende su corona. Argentina anunció que se solidarizaría con el país vecino, pero al final acabó enviando un combinado amateur. Total, que además de Argentina, las únicas selecciones no europeas que tomaron parte en el Mundial de Mussolini fueron Brasil, Estados Unidos y Egipto, que se convirtió en la primera selección africana en participar en una fase final de la Copa del Mundo.

Y entre las europeas también hubo ausencias destacadas, ya que las selecciones británicas -Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales- no participaron por estar enfrentadas a la FIFA

Pese a ser la anfitriona, Italia disputó también la eliminatoria previa. Lo hizo ante Grecia, que renunció a jugar el partido de vuelta después de perder 4-0 en tierras italianas. El formato de la Copa del Mundo fue de eliminatorias directas. Y el sorteo también fue favorable a Italia, que abrió el fuego ante la débil Estados Unidos (7-1).

La batalla de Florencia ante España

Los arbitrajes se convirtieron en escandalosos a favor de Italia cuando el torneo ya se puso serio, empezando por los cuartos de final ante España, que precisó de un partido de desempate, ya que en aquella época no se había acordado aún las tantas de penaltis para resolver los empates.

El primer partido (1-1) fue de tal dureza italiana que pasó a la historia como la 'Batalla de Florencia'. España acabó con siete lesionados -Ricardo Zamora, Ciriaco Errasti, Fede Saiz, Guillermo Gorostiza, José Iraragorri, Ramón de la Fuente e Isidro Lángara- ante la permisividad del colegiado belga Louis Baert, que concedió el gol del empate italiano ignorando una falta previa de Schiavo a Zamora y anuló un gol a Lafuente por un fuera de juego inexistente.

España acabó el partido de desempate (1-0) con nueve jugadores después de que durante el transcurso del mismo cayeran lesionados Crisanto Bosch, Alejandro Torres 'Chando', Luis Regueiro y Jacinto Quincoces. Por si esto no fuera suficiente, los españoles vieron cómo se le anulaba un gol en fuera de juego y un segundo se convertía en una falta previa favorable. Tal fue la actuación del suizo René Mercet que al regreso a su país fue expulsado del arbitraje.

El 'jugador número 12' se mantuvo en las semifinales contra Austria (1-0), con el sueco Ivan Eklind obviando una falta previa de Giusseppe Meazza sobre el portero austriaco en el gol de Guaita. Eklind fue premiado con la final ante Checoslovaquia (2-1), en la que obvió un claro penalti sobre Antonin Puc aún con 0-0.

La amenaza de Mussolini al seleccionador italiano

Viendo que Italia no podía con los checos, Mussolini bajó a la media parte al vestuario italiano para amenazar al seleccionador. "Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios le ayude si llega a fracasar", fueron las palabras del 'Duce', según cuentan las crónicas de la época.

Puc adelantó a los checos en el minuto 70 y Pozzo salvó la cabeza -literalmente- gracias a un gol de Orsi que forzó la prórroga y a un tanto en la prórroga de Angelo Schiavo, que fue el segundo máximo goleador del torneo con cuatro dianas, una menos que el checo Oldrich Nejedly.