Las tazas de Cola Cao, mi hermano y yo viendo los dibujos y de fondo el sonido de unas hojas pasar. Ese era el ritual de cada fin de semana en el salón de nuestra casa (a diario íbamos a contrarreloj porque había que ir al cole). Ese sonido venía de las manos de mi padre, que cada mañana se sentaba en el sofá y se empapaba una a una las noticias que traía ‘El Extremadura’ (en mi casa aún seguimos llamándole así). No perdonaba un día, incluso cuando fuimos mayores y mi padre y mi madre venían a visitarnos a Madrid, donde estudiábamos, él siempre solía hacer parada en Gran Vía para comprar nuestro diario en uno de los pocos kioscos que lo vendían en la capital

Hemos crecido con el que es

y será el periódico de los cacereños. Recuerdo cuando su cabecera era de un verde más intenso al de ahora, sobre el que se leía en letras blancas y grandes ‘Extremadura’. Por aquel entonces mi padre ya llevaba años trabajando para el diario, donde pasó casi medio siglo de su vida (van a perdonarme que les hable de él, pero por él descubrimos la familia de ‘El Extremadura’). Nosotros nos criamos en sus pasillos.

Cuando la sede se ubicaba

en Camino Llano (también conocí la de La Madrila, pero entonces todavía casi no había aprendido ni a hablar) e íbamos a buscarle a la hora de salir de trabajar, me encantaba colarme por las salas de redacción, que a aquellas horas se encontraban a pleno rendimiento. Me llamaba mucho la atención el ruido que hacían unas máquinas de las que salían constantemente papeles que llegaban hasta el suelo. Desde la puerta las observaba con la curiosidad de una niña que no tenía más de ocho años. Más tarde descubrí que se trataba de los teletipos que enviaban las agencias de noticias, la manera que había entonces de enterarse de lo que pasaba en la ciudad, en la región y en el mundo.

Tampoco se me olvidan LAS

divertidas casetas de feria que amenizaba la orquesta de Pepe None y sus sombreros imposibles. Siempre estaban hasta la bandera, eran el punto de encuentro para la sociedad cacereña de entonces, de los años noventa, y desde donde se retransmitían incluso programas diarios de radio en los que se contaba in situ el devenir de la feria de San Fernando.

Pero mucho antes de todo

esto ya pisó sus pasillos mi abuelo Andrés. Era algo así como ‘el manitas’ de las máquinas. Dicen que pocos como él conocían al dedillo el funcionamiento de aquellas linotipias que cada noche o cada mañana (hubo un tiempo en que ‘El Extremadura’ fue un diario vespertino) plasmaban en papel las noticias del día anterior para mantener informados a sus lectores.

No he conocido otra vida,

por eso este mundo acabó siendo el mío. Este periódico forma parte de mi historia. Y por eso hoy me siento orgullosa de poder cantar el cumpleaños feliz en sus 95 primaveras a algo tan familiar (mi padre y mi abuelo también lo estarían). Así que aprovecho para pedir un deseo: que sigamos soplando velas con nuestro ‘Extremadura’ de siempre. k