En Badajoz embadurnan con excrementos las puertas de las iglesias y dedican coplas ultrajantes a los políticos. En Campanario, las mujeres tocan las campanas y los guardias, pistolas en mano, las esperan a la salida. Huelgas de aparceros en Miajadas, conatos revolucionarios en Ceclavín... este era el ambiente en España mientras en Alemania Hitler continuaba con la imparable y execrable expulsión de los judíos de todo el país. Líderes políticos se dejan ver por la capital cacereña: Azaña, José María Gil Robles o Casanueva, aquel diputado por Salamanca que lamentaba: «¡Qué gobierno se habrá merecido España para que la haya gobernado un Azaña!».

Las elecciones del 19 de noviembre dan en Cáceres un aplastante triunfo a la coalición antimarxista y, en diciembre, la Derecha Regional Agraria costea una salve en La Montaña agradeciendo su triunfo. Si este ambiente se respiraba en Cáceres, en el resto de Extremadura las cosas no estaban mejor. El alcalde de Mérida prohíbe un mitin de Acción Popular en julio, justo el mes en el que aparece un foco de tifus en Almendralejo, y la sociedad obrera anuncia una huelga de hambre en la localidad cacereña de Valdefuentes por el problema del paro. Es cierto que todavía en 1933 había un hueco importante para las obras. El alcalde cacereño Antonio Canales promovió el arreglo de la plaza Mayor de la ciudad, que costó 106.000 pesetas. El 19 de febrero de ese mismo año se inauguraron las obras del pantano del Cíjara, en presencia del ministro de Obras Públicas. Pese a las convulsiones políticas, muchos extremeños acudían a teatros y cines en busca de evasión. Eran los tiempos en los que Pastora Imperio, la gitanísima emperaora del arte cañí, y Argentinita llenaban el Gran Teatro. Tanto era el interés de Canales por la cultura que el 1 de febrero de 1934 se inauguró oficialmente el Teatro Cinema Norba. Su promotor fue Juan Pérez, propietario de una tienda de tejidos en la plaza Mayor y de una fábrica de chocolates. La sala se situó en la esquina del paseo de Cánovas con la avenida de Mayo.

De ella, ahora solamente quedan los recuerdos. Pero aunque el Norba tuviera calefacción, cuidado confort y estuviera decorado en azul patinado, nada impedía que los disturbios callejeros amenazaran a la tranquila Cáceres, una ciudad que entonces registraba la cifra donde más casamientos se celebraban de toda España: 10 por cada 1.000 habitantes. En abril, la Casa del Pueblo expulsó a más de 30 obreros porque asistieron a las procesiones y llevaron los pasos de las cofradías. En junio, el gobernador civil tuvo que recorrer la provincia con motivo de la huelga campesina.

LA DIMISIÓN DE CANALES

La presión política era tal que abocó irremisiblemente a la dimisión al alcalde de Cáceres. Canales fue un hombre íntegro y políticamente intachable. De su trayectoria se han destacado cientos de anécdotas: acompañaba a la patrona de la ciudad en su recorrido procesional e incluso tuvo palabras de elogio hacia el obispo de Coria, Dionisio Blanco, el día de su fallecimiento: «Consagró toda su vida al servicio del bien», dijo el edil. Aunque Canales supo delimitar a la perfección su ideología de su condición de representante de todos los cacereños, el 31 de octubre de 1934 anunció su marcha del consistorio. No corrían buenos tiempos para el socialismo. «La unidad municipal se ha roto y por ello, no me creo asistido de la autoridad necesaria para seguir desempeñando el cargo de alcalde». Canales, que no asistió al pleno por motivos de salud, explicó las razones de su marcha a través de una carta en la que recalcaba que siempre estuvo al servicio de la ciudad. Antonio Silva, que ya había sido alcalde, le sucedió en el cargo.