Octubre de 1976. Mis padres solían comprar de vez en cuando el Diario Extremadura. «Pepe, mira, un anuncio para trabajar de botones en el Extremadura. Manda la carta, a ver si te cogen». Yo acababa de llegar de Estados Unidos de un intercambio de mes y medio con una familia y estaba a punto de terminar el COU. Mi idea era irme a estudiar a Barcelona Ingeniero de Caminos, pero los ingresos en casa eran escasos y pocas las posibilidades de conseguir beca. Eché la carta y a los pocos días me llamaron para hacer una prueba en la sede del diario en La Madrila (no en el Hotel Extremadura, como erróneamente mis padres pensaron que era el lugar de trabajo). Unas cuentas y un dictado. Nada del otro mundo. «Te han llamado del Extremadura. Que te pases mañana». Y a mediados de mes me incorporé a esta gran familia (más que un grupo de trabajo, el ‘Extremadura’ era una familia; no en vano por él han ido pasando varias generaciones de Rumbo, Gómez, Corchado, Rojo, Rodríguez, Sellers…). Y ese aura familiar no ha desaparecido con los años. Hay risas, riñas, enfados, celebraciones varias… ¡Vamos, el devenir diario de cualquier familia al uso! Incluso la gente era conocida por el mote, que ha caído en desuso: Cotela, Pernales, Lupita, Timbreli, Virginiano, Caracabra o yo, que era el Inglés.

Mi primer sueldo fueron 7.000 pesetas. Eran años difíciles; cobrábamos algunos meses hasta de tres veces y las extras, cuando podía la empresa, o bien cuando Caja Extremadura tenía a bien adelantarnos un dinero para abonar las nóminas. Mi compañero Julián y yo éramos los últimos monos de la empresa en esos momentos y como mandaban los cánones del momento, éramos chicos para todo: llenábamos el botijo, íbamos a comprar los bocadillos al autoservicio del Bocachocho, que estaba frente al periódico; recorríamos todos los bancos de Cáceres pidiendo el saldo de las cuentas de la empresa; llevábamos el periódico a los suscriptores cuando un repartidor se ponía enfermo; hacíamos todo tipo de recados particulares; y, lloviera o venteara, recogíamos a diario la voluminosa correspondencia de la empresa del apartado 26 de Correos. Pero en esta gran familia todos nos respetábamos y cada cual sabía el rol que tenía asignado en la empresa.

Pero la suerte del Extremadura cambió durante unos años. Dado que también éramos la imprenta más grande de la capital, la democracia trajo numerosas citas electorales y había que imprimir papeletas y carteles, con lo que entró bastante dinero en la empresa y los trabajadores del taller hicieron su agosto realizando horas extras. Y así fueron pasando los años... y las deudas aumentaron. Caja Extremadura se deshizo del local de La Madrila (donde empecé a hacer mis pinitos en Redacción y en la cual aún sigo) y nos fuimos a una sede, tipo caverna, en Camino Llano; y de ahí, tras deshacernos de la maquinaria del taller, llegamos a la sede actual en Doctor Marañón. Los altibajos empresariales han sido una constante de esta casa, pero gracias al tesón y al enorme esfuerzo realizado por estos mis hermanos de penas y alegrías, el Extremadura sigue en sus casas y en los quioscos de toda la región 95 años después de su creación. ¡Y vamos a por la centena! Dentro de cinco años puedo garantizarles que seguiremos al pie del cañón informativo. El Extremadura y su gente no piensan rendirse. k