Soñar con ser periodista ¿A qué escritor frustrado no le ha ocurrido? A mí me parecía lo normal, cada mañana en Bachillerato, mientras sonaba como banda sonora de mis pensamientos la voz del profesor de turno. En mi interior crecía el sueño: ¿será en la radio? ¿Será en un periódico? De fondo, alguien explicaba integrales al tiempo que en mi imaginación sueños de ser periodista cobraban vida propia.

De la misma forma que me preguntaba para qué sirven las integrales en la vida de un periodista, me pregunté después qué hacía estudiando maquetación con un tipómetro en la mano. En plena crisis existencial universitaria, sin haber visto un ordenador ni haber entrado en un estudio de radio, el Periódico Extremadura entró en mi vida.

Podría edulcorar mi llegada

contando que siempre había deseado jugar en ese equipo, y que mi sueño dorado era ser integrante de la redacción de El Periódico. Podría mentir explicando que si había un lugar en el mundo que quería conocer era Extremadura. Pero la verdad era otra. Lo único cierto es que El Periódico Extremadura fue el único que me dio una oportunidad.

Confieso. Hubiera preferido

una ciudad con playa, o un medio de comunicación nacional. El tiempo después me demostró que para aprender estaba en el lugar más adecuado. Lo que me esperaba era lo más parecido a hacer un Máster o curso de posgrado pero sin pagar un euro (pesetas, entonces). No me sentía afortunado, pero lo era.

Allí descubrí todo lo que la Universidad esconde. Aquel tórrido verano de los 90 conocí el periodismo puro, sin aditivos. Aquel que no nace de internet, sino de la calle. El que emana no de un tuit, sino de una llamada. En aquel barco de la información regional se pescaban noticias con anzuelo pueblo a pueblo. No se escaneaban fotos de instagram porque lo único que se escaneaba era la cara de un alcalde para ver si te contaba verdades o mentiras.

Periodismo no es retuitear. No es copiar lo que dice otro periodista y reescribirlo cambiando tres palabras. Periodismo, insisto, es lo que se respiraba en aquella redacción en Cáceres. Profesionales que caminaban sobre el alambre que separaba la vocación y sus familias para dar una noticia, y para extraer temas de una actualidad a veces seca, como ese agosto.

No hacía falta estar en

Sillicon Valley para maquetar con ordenador. Allí, no hacía falta el tipómetro negro. Y sí. También había presiones de unos y otros para publicar las noticias con un prisma u otro. Eso también es periodismo, saber resistir o regatear esas presiones, debatir con argumentos uno u otro enfoque. Por fortuna, me tocó hacer algo mucho más lúdico: recorrer Extremadura escribiendo sobre cada uno de sus lugares en el mejor momento posible: sus fiestas. Junto a Juanjo Ventura, Juan Félix Luque y otros grandes maestros, preparamos algunos Suplementos Especiales del rotativo. Con ellos aprendí a hacer reportajes, entrevistas, algo de fotografía, maquetación, pero sobre todo a comprender que el periódico debía ofrecer un gran servicio diario a la sociedad. Conceptos como la credibilidad, la veracidad, la objetividad no eran teorías sino verdades del día a día. Aquellos viajes me llevaron a enamorarme de un lugar, Extremadura, unas gentes, los extremeños y una profesión, la de periodista. El Periódico Extremadura me enseñó todo lo que la Universidad me había escondido. k