Alejandro Cercas ha sujetado el escudo de la Europa social frente al neoliberalismo. El eurodiputado extremeño logró el miércoles el apoyo del Parlamento Europeo y, con ello, tumbar la propuesta de directiva que pretendía instaurar la semana laboral de 65 horas. Su ponencia, en la que insiste que ha trabajado mucha gente --"no soy solo yo"--, y su victoria frente al Consejo y la Comisión Europea le han situado incluso en quinielas como futurible ministro, aunque avisa: "La política nacional es una página que he cerrado".

Han logrado una primera victoria, pero ahora se abre un proceso de negociación. ¿Sigue Europa expuesta a la posibilidad de ampliar la semana laboral de 48 a 65 horas?

Ya no. Nos hemos cargado esa propuesta para siempre. Eso ya no será así. Ahora hay dos salidas, o buscamos un acuerdo intermedio entre lo que ellos pretendían y lo que nosotros presentamos, o tendrán que empezar y realizar una propuesta nueva. España ha garantizado a todos los europeos que no se aplicará esta directiva.

¿Y cuál es la salida más viable?

El Consejo aún tiene que digerir esta bofetada. Ahora mismo están muy rabiosos, dicen que no van a negociar. Pero si no hay acuerdo se seguirá aplicando la directiva vigente, que es de 1993, muy precaria y que ya debería haberse revisado por mandato legal, hasta que salga otra propuesta.

Por tanto negociar es inevitable.

Si el Consejo no cede y no se aviene a las tesis del Europarlamento, será la Comisión Europea la que tenga que acercarse a nuestros planteamientos. En junio hay elecciones europeas y en noviembre se debe constituir la nueva Comisión. Durao Barroso quiere seguir presidiéndola. Pero los eurodiputados pueden vetar su nombramiento. Si Durao se distancia mucho de lo que el Parlamento ha dicho se arriesga a ser vetado.

¿Por qué el Consejo presentó esta propuesta?

Hay una deriva hacia el conservadurismo y hacia la derecha en todas las instituciones. La mercantilización de la vida, la individualización, el mercado, el consumo y la insolidaridad lo están inundando todo. La propuesta del Consejo era una barbaridad. La actual directiva ya es muy flexible, pero ahora se pretendía romper todos los límites. Actualmente ya se puede hacer una distribución libre de la jornada, pero a final de año la media debe ser de 48 horas semanales. Querían ampliarlo a 65 horas, que era como ilimitarlo. ¿Por qué? Porque no quieren una Europa social que les obligue, sino una Europa económica que les permita total libertad. Y con esto pretendían acabar con todo el derecho laboral, volver a la negociación trabajador-empresario, que es lo que había antes del siglo XX.

Habla de un virage hacia la derecha, pero el gobierno británico, uno de los grandes defensores de la propuesta, es laborista.

No se trata de una propuesta laborista o no laborista, sino de una propuesta británica. El pensamiento, sus relaciones con el mundo, sus relaciones sociales, están muy influenciadas por EEUU. Para ellos Europa no tiene nada que enseñarles y si participan de ella es porque creen que deben colonizarla con la cultura anglosajona y evitar que haga tonterías. Allí, los sindicalistas que se oponen a la semana de 65 horas son como peces fuera de su agua. Todo es parte del proceso de expansión de la doctrina ultraliberal, que ha destruido la economía y ahora quiere romper el modelo social.

¿Qué habría supuesto aprobar esa propuesta?

Si hoy renunciásemos a la semana laboral de 48 horas, mañana vendrían a quitarnos otros derechos del trabajador: el de huelga, el de sindicación, las vacaciones...

¿Esto refuerza al Parlamento de cara al ciudadano y las elecciones del próximo verano?

Sí, porque nos da más fuerza para negociar. Lo de la confianza del ciudadano es uno de los argumentos que he utilizado para convencer a muchos diputados. En el Europarlamento no nos gusta que tengamos que tragarnos propuestas del Consejo y la Comisión, porque eso debilita a la institución y supone una pérdida de visibilidad y reconocimiento. Pero además, el Consejo nos ha despreciado amenazando con retirar la directiva sobre empresas de trabajo temporal si no aceptábamos esta propuesta. De hecho, no querían negociar porque creían que yo no tendría mayoría absoluta, que iba a caer enterito.

Tras la votación se le vio muy emocionado. ¿No pensaba que iba a tener tanto respaldo?

Había millones de ciudadanos pendientes de nuestras enmiendas. Al ver que salía y tan bien, fue una alegría inmensa. Lo que más me sorprendió es que en el Europarlamento jamás hay una muestra de efusión ni abrazos. Pero el miércoles, según iban cayendo las enmiendas la gente comenzó a aplaudir y al final se levantaron docenas de compañeros a abrazarme. La gente estaba muy emocionada porque nos habían presionado muchísimo. Y luego yo estaba muy nervioso, porque esto no es una historia mía, sino que ha trabajado mucha gente, como el exministro luso de Trabajo José Silva Pineda, que ha hecho un gran trabajo en el Grupo Popular. Y sí, soy consciente de que salió mejor de lo que pensaba.

¿Es un hito en su trayectoria?

Al terminar mi hijo me mandó un mensaje diciéndome que estaba muy orgulloso de mí. De mi vida política voy a guardar dos momentos: éste y que fui redactor del Pacto de Toledo.

¿Se presentará a la reelección o tiene otros planes?

No está decidido. Mi decisión fue venirme a Bruselas y que, en la medida de lo posible, ésta sea mi última frontera. No me gustaría volver a la política nacional. Esa página ya la pasé. Aquello terminó. Mientras me lo diga mi partido y sea útil no pondré ningún problema para volver a ser eurodiputado. Lo único que tengo claro es que en mi horizonte no está volver a la política nacional. Además, ya empiezo a estar maduro.