Aún vestíamos pantalón corto cuando ya nos deslizábamos por la Piedra Resbaliza y dábamos rienda suelta a nuestra viva imaginación infantil jugando en la Cueva del Moro. Allí, en su piedra más alta, teníamos una impresionante atalaya desde la que se podía divisar toda la explanada de San Marcos, lugar del que fuimos desplazados años más tarde coincidiendo con la etapa de decadencia de la entonces llamada Jira. Al otro lado de la carretera oteábamos el "regacho" Harnina y la Charca de los Gallegos, nuestro imaginario mar de piratas y bucaneros. Aquí y allá, carros, remolques y camiones sencillamente engalanados a los que se adosaban improvisados "estalaches" compuestos con mantas camperas, toldos de vendimia y palos para sostenerlos. Como una banda sonora que ligaba las secuencias de aquella conocida película, aún se podían oír por aquellos años, traspasando el agradable bullicio, las dulces notas de alguna acordeón y otros populares instrumentos musicales acompañando la entonación de cantos tradicionales de la festividad. Poco tardarían unos conocidos altavoces publicitarios en imponer su novedosa intrusión acústica, avanzadilla del impropio mundo sonoro que más tarde acabaría inundando esta querida fiesta.

Volver a la Jira de San Marcos, un año más, supone remover gratamente ese poso de vivencias que han ido conformando nuestra identidad personal. Y ello nos lleva a esperar con ilusión la llegada de ese día de campo especialmente propicio para la cordial convivencia y el reforzamiento de los lazos de amistad que nos unen con nuestros paisanos. ¡Feliz día de San Marcos!