Reloj, no marques las horas...". Tócame "El Reloj", me pidió la última vez que se sentó junto a mi para oírme tocar el piano. A mi derecha, desde su silla de ruedas, con voz tenue y balbuciente, intentó esculpir en el aire esa célebre melodía, ese bolero que tantas veces había cantado en aquellos bailes de La Florida, Terraza España, El Obrero..., innumerables veladas musicales que hicieron algo más llevaderos los difíciles años de posguerra. ¡Cuántas parejas fraguaron su amor al son de aquellas notas que él con tanto arte arrancaba al teclado del piano o de su acordeón! Poseía un especial don artístico para expresar a través de cualquier sencilla melodía todas las inflexiones emotivas de su alma, huyendo del virtuosismo instrumental gratuito, pero tejiendo con fino gusto estético su sincero discurso musical. Esa exquisita forma de hacer música, de tocar acariciando el instrumento, siempre ha sido mi objetivo; por eso, un aplauso suyo, como el que me dedicó aquél día, era el más grato gesto de aprobación que yo podía esperar de él, mi maestro, mi padre.

"Reloj, no marques las horas...", cantábamos en unísono musical y emocional, como una metáfora ambivalente que para él sólo tuvo, finalmente, un sentido fatal. Pero ahora que su reloj vital se ha parado comienza el cómputo del tiempo de su recuerdo, que se hará desde el "tic tac" de los corazones de quienes le conocieron y apreciaron. Una muestra de ello la tuvimos el día del sepelio: gracias a todos por acrecentar en nosotros, con vuestras muestras de cariño, el orgullo de ser hijos del Maestro Diego Bote, músico por naturaleza y vocación. Hasta siempre, papá.