THtoy, en este aún otoñal día, puente entre una festividad civil y otra religiosa, enmarcado entre el de la Constitución y el de la Inmaculada que sirve de pórtico a la Navidad, se nos viene a la mente el claro paralelismo entre ambas celebraciones. Sin ánimo de ponerlas al mismo nivel significativo, al menos para los creyentes, recordemos que nuestro más importante documento legal fue aprobado, precisamente, en tiempo de Adviento, esto es, de espera y de venida. Así fue que en vísperas de una Navidad de hace ahora treinta y tres años, todos los españoles de bien esperábamos ilusionados, tras su aprobación mayoritaria en referéndum, el advenimiento de aquella ley de leyes, aquel "mandamiento nuevo" que iba a consagrar el nuevo espíritu de convivencia nacional: La Constitución Española de 1978. Después de un largo gobierno del victorioso caudillo de aquel trágico enfrentamiento fratricida que dividió al país, a los españoles nos nacía, coincidiendo con el ambiente navideño, un texto constitucional que nos habría de salvar de hechos semejantes en el futuro. Recordemos también que, previamente, los españoles ya habíamos consensuando un espíritu de transición para superar el "antiguo testamento" legal de la dictadura, válido sólo para mantener, aunque fuera de forma tácita, las dos Españas. Por todo ello, sin llevar más allá la analogía, porque el "reinado" de nuestra Constitución sólo es de este mundo, de una pequeña parte del mismo que se llama España, aprovechemos la efemérides para reafirmarnos en la aprobación de nuestra Carta Magna y dispongámonos a hacer auténtica realidad lo que de utópico queda aún en ella.