Acaso les pareció que era humillante; acaso más progresista, eso de anular el hermoso nombre de Agricultura para un Ministerio. Es mejor pensar así que desviarse a imaginar una malvada premeditación: el desuso de los nombres acaba con la esencia de las cosas que son nombradas. Pues miren, señores de ciudad, ministros de despachos, nada es más honroso que el honroso nombre de agricultor. Nada más alto que así llamarse y así definirse ante la pregunta de ¿usted qué es? Y ahora más que nunca, ahora que la ceguera de unos pocos oscurece en desesperanzas un futuro. La tierra no entiende de esperas, no puede pararse como una mole de ladrillos, ni abandonarse a medio hacer como un puente, porque la tierra es un ser vivo que reclama de trabajos y amores. Quizás con ello jueguen quienes no la conocen, quienes deciden sobre injustos recortes en sus despachos; juegan con ese amor del quien no sabe -porque no puede- dejar de cuidar la tierra, aunque ello sea su ruina; juegan con el amor del agricultor y del ganadero. Y sí, nuestro campo está amenazado por los desatinos de sorderas políticas. Ahora es posible hacer algo, aún es posible, señores ministros que hablan en Mérida. Aún es posible apuntalar medidas para generar más riqueza, para crear en lo agrario puestos de trabajo nuevos o renovados, los de esas gentes que antes emigraban tras el sueño de bonanza en otros sectores; aún es posible apuntalar la esencia de una gran parte de España, de toda Extremadura. Debemos gritar donde nos oigan que no es mucho el mendrugo que se reclama, siempre fue mendrugo ante otros absurdos despilfarros.