Analiza sus fotografías con la misma pasión que un escultor perfecciona la figura de su obra. Se considera un fotógrafo expresionista y constante, con el esfuerzo por encima de todas las cosas. Esto último lo aprendió de su padre, Alberto del Castillo, y posiblemente también de sus antepasados. Alberto del Castillo forma parte de la sexta generación de fotógrafos de su familia. Una saga que arrancó hace más de siglo y medio con pintores costumbristas y que el tiempo les ha evolucionado hasta la imagen más profesional que vemos en la actualidad. Tiene 44 años, pero lleva más de 30 realizando fotos. Ha recibido innumerables certificados de calificación en muchos puntos de España y sus trabajos han merecido títulos como el Fotógrafo Distinguido, en 2009; el de Calidad Fotográfica, en 2010, o el reconocimiento de Maestro Fotógrafo que ostenta desde 2011. Pero este apasionado captador de imágenes siempre aspira a más y recientemente acaba de recibir el Certificado a la Excelencia Fotográfica 2016, una distinción que apenas ostenta una decena de personas en todo el mundo. De gran ayuda ha sido su mujer, la también fotógrafa Noemí Domínguez, con quien regenta el estudio Miró Fotógrafos. La Federación Española de Profesionales de la Fotografía y la Imagen ha valorado su colección que gira en torno al día a día que se vive en el Centro de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer de Almendralejo. Una colección de un año de trabajo que ha sido valorada por seis prestigiosos jueces. Este año solo se ha entregado una certificación en toda España. Alberto es un hombre que vive por y para la fotografía. Optimista, y siempre realista.

--¿Qué siente al recibir un reconocimiento tan prestigioso como este?

--Un orgullo increíble. Los jueces que otorgan este premio son personas muy cualificadas dentro de este mundo. A título personal es algo enorme.

--¿Cómo ha expresado una historia tan compleja?

--He contado la realidad con toda su crudeza de esta terrible enfermedad que te roba los recuerdos y que tiene un 0% de posibilidades de cura. Y he querido afrontar fotográficamente este hecho para concienciar a la gente de ello y del desconocimiento que existe. Me considero un fotógrafo expresionista que pinta con la luz y las expresiones. Y he tratado de conjugar bien estos elementos para seleccionar doce fotos de entre las mil que hice.

--Usted representa la sexta generación de fotógrafos Del Castillo. ¿Debe ser un caso único en España?

--De hecho lo es. Nos lo confirmaron hace unos años la federación profesional a mí y a mi hermano Conrado, que también es fotógrafo. Es un homenaje a mi padre y esto nos obliga a mantenernos en la línea en la que estamos y a seguir cuidando esta bendita profesión. Nuestra familia viene de Jerez de la Frontera y ya nuestros antepasados fueron pintores retratistas que tenían las técnicas de desarrollar la fotografía cuando emergió en España.

--¿Y de esas generaciones, qué ha aprendido especialmente?

--Hablo por mi padre, sobre todo. Tantas cosas que no podría seleccionar. Si debo elegir, sin duda el esfuerzo. Mi padre era y es muy trabajador. A día de hoy, ya jubilado, sigue colaborando para ONG solidarias. Es un currante de la vida y eso lo he aprendido de él. He conocido a muchos fotógrafos con talento y vocación que podrían haber llegado más lejos, pero carecían de esfuerzo.

--¿Y los que vienen por detrás?

--Tengo dos hijos. Andrea, de 13 años, y Alvaro, de siete. Los dos vienen siempre al certamen nacional de fotografía y lo disfrutan. Han servido de modelos para nosotros. En nuestra familia se respira mucha fotografía y ya tienen muchos conceptos para la edad que tienen. Van por el camino.

--¿Cuál sido lo más difícil de fotografiar en más de 30 años?

--Pues va a resultar curioso, pero es el nacimiento de mi hijo Alvaro. Pedí permiso al doctor Carlos Llamas para estar en el parto y hacer algunas fotografías. El de mi hija duró 27 horas, pero el de Alvaro fue rapidísimo. Tanto que pilló por sorpresa hasta la propia matrona y tuve que ser yo el que ayudara en el parto. Me pusieron una bata sanitaria y me acordé que llevaba la cámara debajo de la chaqueta. Y de la bata. Cuando Alvaro estaba naciendo, y como pude, metí la mano, saqué la cámara por debajo y realicé las fotos. Fue tremendo. Noemí gritaba que las hiciera, en pleno parto. Luego, incluso, fueron premiadas a nivel nacional. Una historia curiosa.

--¿Afecta la crisis a la fotografía?

--Hay una crisis importante, pero es de valores y conceptos. Por lo demás, al contrario. La fotografía está más en auge que nunca. Se hacen en un día más fotografías que en un año en el siglo pasado en todo el mundo. Está más de moda que nunca. En Almendralejo, hace unos 20 años, eramos un puñado de personas los que teníamos acceso a todo el proceso fotográfico, desde el disparo al positivado. Hoy en día, todo el mundo lo tiene. Esa democratización de la fotografía es positiva. La parte negativa es que ha perdido valor. Hoy cualquiera es fotógrafo con una cámara. Y eso es un error. Es como pensar que cualquiera con una pluma Mont Blanc es escritor. Me pone de los nervios cuando escucho aquello de "oye, has visto las fotos que echa la cámara de mi primo". Es una burrada. Es como decir que con esta pluma Mont Blanc se escriben unos libros maravillosos. Las fotos no las hace la cámara, sino el fotógrafo.

--¿La fotografía se prostituye en redes sociales?

--Políticamente no es correcto decir eso, pero en foros especializados se comenta. Cualquier cosa vale y cualquiera es fotógrafo. Incluso lo vemos en publicaciones de prestigio, donde se dan por válidas fotos que ni siquiera son aceptables. Esa parte hay que corregirla.

--¿Qué es ser un buen fotógrafo?

--Es controlar una serie de conocimientos que hoy en día quedan denostados. La fotografía tiene su propio lenguaje de colores, luces, de composición. Hay que saber manejar los recursos para conmover al espectador y para que la imagen comunique, que es el objetivo.

--¿Hay futuro en la profesión?

--Claro. Observa que la fotografía es uno de esos cuatro o cinco productos, como el vino, una obra de arte o una joya, que tienen algo que no lo tienen los demás: que con el paso del tiempo, ganan valor. Tu regalas una chaqueta o un electrodoméstico y tiene una durabilidad. Una foto, con el paso del tiempo, vale más. La fotografía es un regalo único.