TEtn la pasada Semana Santa dos jóvenes fallecieron en Sevilla. Un conductor -con signos evidentes de ebriedad- las arrolló en un paso de peatones. Poco después, en Mérida, un anciano fue atropellado mortalmente en una "carrera" ilegal entre dos conductores. En el mundo mueren al año más de 700.000 personas en accidentes de tráfico. Muchos muertos. Casi como en una guerra sangrienta. Y eso sin contar los heridos y los que quedan discapacitados para siempre. Los gastos médicos, los daños materiales y las horas laborables perdidas por la rehabilitación, pueden suponer el 3 % del PIB de un país: millones y millones de euros. ¿Y las secuelas morales que deja la muerte del ser querido en los familiares, cónyuge, hijos, padres...? Algunos conductores se sienten "Superman" al volante. Frecuentemente buscan compensación a sus problemas psicológicos. Así se sienten fuertes y se olvidan de sus complejos de inferioridad, de su inseguridad, de las humillaciones recibidas en el trabajo, de los problemas familiares. Apretando el acelerador, su autoestima "aumenta"; se "crecen más". El precio de esta "terapia" es caro y dramático: pagan inocentes que no tienen culpa de nada, porque unos irresponsables hicieron una apuesta a ver quién llegaba antes. No respetar las normas de circulación, conducir después de haber ingerido alcohol, no descansar unos minutos al sentir el sueño, usar el "móvil" innecesariamente, discutir acaloradamente con el acompañante... es una seria trasgresión legal. Para los católicos, además, pecado grave por jugarse irresponsablemente la vida y poner en riesgo la vida de los demás. Se impone la cordura.