El español estuvo a punto de convertirse en lengua oficial de Brasil, una iniciativa cargada de inteligencia política pues ser ciudadano de América significa que el vehículo fundamental para el viaje continental sea la lengua, que indiscutiblemente es allí el español. No progresó la propuesta del bilingüismo oficial en Brasil, pero sí la obligatoriedad del estudio del castellano en todas las escuelas de este país americano, en el que cobra por tanto nuestro idioma privilegio notorio sobre el inglés. De igual modo en las ciudades más importantes de EE.UU., los turistas españoles sabemos que no nos es imprescindible el dominio del inglés, porque espontáneamente en la hostelería, el comercio o los servicios públicos, al percibir nuestra procedencia, somos saludados y atendidos en correcto español y muchas indicaciones en el ámbito público y privado están rotuladas en ambos idiomas. Por ello, uno siente tristeza al pasear por Barcelona. Incluso en esa ciudad, la más abierta de toda Cataluña, la ausencia de normalidad lingüística es tan notoria como decepcionante pues nos lleva al descrédito sobre la fama antes merecida de ser una sociedad culta. Todos los carteles públicos y oficiales se rotulan únicamente en catalán y, con mayor frecuencia de la que me contaban, la falta cotidiana del bilingüismo puebla las calles, pues, ante mi notorio acento sureño, en un 80% mis interlocutores se dirigían a mí únicamente en catalán. Las lenguas son puentes y sólo las dictaduras o los imperialismos las convierten en barreras. De ahí que sea un orgullo vivir en una Extremadura tan libre, que hace de su Raya lugar de encuentro y apertura.