¿Qué bocatería del mundo sin franquicia puede sobrevivir cómo un negocio de éxito manteniendo siempre la misma carta? El Chaplin, en Almendralejo. Desde 1981, este mítico negocio de la calle Suárez Bárcena ha dado de comer a miles de almendralejenses y turistas que se han arrimado a su mostrador. Dicen que uno no es de Almendralejo si no se ha comido, en alguna ocasión, un bocadillo de pollo del Chaplin. Y si no lo han hecho, apresúrense porque el Chaplin está a punto cerrar su etapa más dorada.

Después de llevar 38 años de manera ininterrumpida en el negocio, José Ángel Navia lo deja. «No es porque el negocio no funcione, ni mucho menos. El Chaplin, gracias a Dios, siempre ha dado rendimiento. Nunca ha tenido pérdidas. Genera dinero y, personalmente, me ha gratificado mucho. Pero ahora necesito tiempo para mí», declara. A sus 62 años, cerrará las puertas de su negocio el 31 de enero. Necesita tiempo para atender a su mujer que lleva varios años enferma y para vivir, tomarse un café con un amigo y «no estar siempre con las prisas».

Pero, ¿cierra el Chaplin? «No es mi intención. Mi idea es traspasarlo y ya hay algunos interesados. Yo garantizo que esto es un negocio que funciona bien, pero claro, hay que trabajarlo», señala José Ángel Navia.

Solo con su especialidad, el bocadillo de pollo, ya gana. «No sé si lo inventamos nosotros o lo hicieron los del Pájaro Negro [nombre del negocio anterior]. Lo cierto es que a todo el mundo le encanta». Ese bocadillo de pan bendito, hecho a la brasa y con una mayonesa especial. «No hay secretos, aunque han venido muchos a decirme que, por favor, les dijera cómo salían. Hacerlo a la brasa le da sabor y el aliño con la mezcla de la mayonesa le da un toque especial. Ojo, luego está tener productos de calidad. Yo me gasto el dinero en eso», dice José.

Pero no solo el bocadillo de pollo ha pegado fuerte en el Chaplin. También las hamburguesas «y desde hace unos años, las orejas de cerdo a la plancha». Por allí han pasado varias generaciones. «Ahora despacho a los nietos e hijos de mis primeros clientes, que todavía lo son».

De rebote

José Ángel llegó a la cocina casi de casualidad. Se marchó de joven a hacer el servicio militar a Madrid y allí, para mantenerse en la capital, encontró trabajo en un bar de Carabanchel Alto. Conoció por dentro la hostelería y cuando regresó, contactó con Juan, del Bar Armstrong, quien le ayudó a coger el local del Pájaro Negro.

«Le pusimos Chaplin porque al hacer la limpieza del local encontramos entre los muebles un cuadro de Charles Chaplin. Llevaba pocos años fallecido y a mí me gustaba. Era un nombre corto y popular. Y Chaplin se le quedó».

Ha hecho varias reformas a lo largo de los años y construyó el famoso tren, un pasillo estrecho y largo que servía de comedor. Poder sentarse en el Chaplin era algo privilegiado cada fin de semana.

Cuenta Quique Estebaranz, exjugador del CF Extremadura, que volvió al Chaplin después de 20 años y cuando pidió un bocadillo de pollo, al fondo, sonó una voz: «Ese sin queso, que no le gusta». Estebaranz salió del bar atónito para ver dónde se encontraba. Volvió a entrar, miró aquella cara y gritó. «¡No jodas, José! ¿Cómo te acuerdas, tío?», espetó Estabaranz. Esos son los pequeños detalles del Chaplin, un lugar que siempre estará en el recuerdo.