No me gusta hablar de sincretismos. Vivimos en el exagerado, e inculto uso, de la palabra con sus muchas interpretaciones erróneas. Sin embargo, con las candelas encendidas anoche, no tuve más remedio que volverme, de manera algo infantil, a las muchas sugerencias que las llamas en el frío invierno me ofrecían. No en vano, nuestros antepasados más remotos, hicieron del titán Prometeo un dios bueno, amigo de los hombres, y condenado por entregarnos, para nuestro progreso, el fuego de los dioses. No pude sino volverme a ese fuego repetido de febrero, atrapada en la cadena de las tradiciones más lejanas; a ese fuego purificador que estaba presente en otras fiestas de alegría, como las, a veces salvajes, Lupercales romanas. Pero no olvido que, por nuestra verdadera raíz, y por la verdadera raíz de la fiesta, hoy también estamos convocados en otro punto. Se bendecirán los cirios en la iglesia de la Purificación (Purificación de la Virgen), cirios que simbolizan la auténtica Luz de mundo. En comunión con otros pueblos, disfrutaremos de esta fiesta feliz del 2 de febrero, fiesta que, acaso, los primeros extremeños llegados a México instauraron y que allí (Coyoacán), se transformó en un espectáculo de color y luz con los tintes asimilados de otras tradiciones autóctonas. Esta tarde, en la sencilla procesión de nuestro pueblo, junto a la parroquia de la Purificación, muchos cirios encendidos (de ahí el nombre de Candelaria) nos unirán en la historia de los siglos hasta aquellas primeras procesiones de Jerusalén (S. IV), y con los brazos abiertos, como los de Simeón, rogaremos por los niños, auténticos protagonistas de una jornada tan dichosa.