El diario madrileño "El Sol" publicaba el 30 de enero de 1932 un artículo de Miguel de Unamuno, titulado "Un ruego al Gobierno". El inolvidable Rector de la Universidad de Salamanca que, más que en su fe, encontró en su duda torturante el gran fermento de sus mejores páginas filosóficas, decía: "Sí; ya se sabe que hemos promulgado que no hay religión del Estado, pero ¿quiere decir esto que la nación no tiene alma tradicional y popular, o que es laica; que no tiene una religión popular, nacional y tradicional? ¿Quiere ello decir que va a quedarse la patria desalmada? No, no puede querer decir eso y nada sería más cavernario, más troglodita que la imposición de un agnosticismo oficial pedagógico. Aun prescindiendo de confesiones dogmáticas, creer que los maestros nacionales -nacionales ¿eh?, y no estatales- puedan educar a los niños españoles escamoteando toda noción religiosa es sencillamente no darse cuenta de lo que tiene que ser la educación pública, patriótica".

Y apostillaba que el crucifijo no ofende a nadie, ni aun al sentimiento de racionalistas y ateos, y que el quitarlo ofende al sentimiento popular de todos. Y contaba cómo en una población salmantina se amotinaron contra esa "orden disparatada", de inspiración "no sólo antinacional, anti- popular y antihistórica, sino también antipedagógica" y hubo que darles satisfacción. Hoy, 78 años después, estas palabras de don Miguel cobran rabiosa actualidad. Sería conveniente que, por parte de los responsables políticos y educativos de esta España nuestra, se les prestara la debida consideración. Todos saldríamos ganando.