Se inaugura esta tarde una Conferencia Internacional en nuestro pueblo. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Universidad Autónoma de Madrid se han unido en singular convivium humanístico (según el jugoso programa nos anuncia) para departir sobre ese alimento, sugerente y ancestral, que es el vino. No puedo menos que sentirme dichosa porque tal encuentro, prolongado varios días, acaezca en Almendralejo, la villa que mutó su ser de silo en fecundo lagar. He de felicitar a las autoridades e instituciones que han hecho posible esta realidad, a la que un grupo de compañeros del Centro Universitario Santa Ana nos hemos sumado para aprender y compartir experiencias, que se añadan a una larga trayectoria (el vino y las humanidades) abierta por Mariano Fernández Daza y José Angel Calero, con el apoyo de Juan Pablo Almendro y de Francisco Zarandieta, y que cada mayo, desde hace más de treinta años, nos reúne en las Jornadas de Viticultura y Enología de la Tierra de Barros. Al lado de las ponencias sobre testigos arqueológicos que la culta cuenca del Mediterráneo vierte, cabe otras tantas sobre el patrimonio del vino y sus museos o sobre la enología en América Latina, existe una sesión reservada al hoy y al mañana, con un asunto de rabiosa actualidad e interés. Uno de los más reputados especialistas en España en lo que a genética se refiere, Martínez Zapater, expondrá la incidencia, en relación al vino, que los estudios genéticos aportan. Es ese apasionante hallazgo que entre sombras vislumbró el agustino Gregor Mendel en 1865 y que Severo Ochoa llenó de luz para fortuna y gloria de España.