El sociólogo Rodney Stark, en su libro La expansión del cristianismo , calcula que en el año 100 los cristianos debían ser unos 7.500 y que, un siglo después, los creyentes en Cristo llegarían a 217.000 (un 0,36 % de la población del Imperio Romano). Desde entonces ha llovido mucho y podemos afirmar que, con persecuciones o sin ellas, la Iglesia no ha dejado de crecer. Según los datos del Anuario Pontificio de 2009, la Iglesia ha experimentado un importante crecimiento. En 1997 había 1.005 millones de católicos; en el año 2000 ya éramos 1.050 y en el 2007, último año estudiado, 1.147 millones. En 2007 la población mundial creció en 74 millones y de ellos casi 16 millones ingresaron en la Iglesia Católica. Podemos decir que, cada hora, la Iglesia bautiza a 43.000 nuevos cristianos y ya abarca al 17,33 % de la humanidad. En cuanto a España, si hacemos caso a las encuestas del CIS, publicadas el 30 de diciembre pasado, el 75 % de la población se considera católica, o sea más de 35 millones de españoles, de los que 8 millones y medio participan, al menos semanalmente, en la Santa Misa. Incluso reconociendo que, en el último decenio, ha habido en España un ligero descenso de fieles, no podemos entregarnos al pesimismo y sí a la esperanza. ¿Qué organización estatal -política, cultural o deportiva- tiene el poder de convocatoria para reunir cada semana a casi nueve millones de personas? No es hora de echar las campanas al vuelo ni de dormirse sobre los laureles; pero tampoco la de encerrarse, gimoteando, en nuestras sacristías. La Iglesia sigue creciendo.