Hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua de Resurrección. Un tiempo de silencio interior, de oración, de penitencia. La antigua "Liturgia Hispánica" invitaba a los fieles a recordar el ejemplo de Moisés y Elías que subieron al monte para vivir su "cuarentena" de ayuno y oración. Sobre todo subrayaba la experiencia de los cuarenta días de Cristo en el desierto enseñándonos a vencer la tentación y a alimentarnos de ºtoda palabra que sale de la boca de DiosI: "Instruidos, pues, con su ejemplo, esforcémonos por echar de nosotros durante estos cuarenta días toda levadura de CORRUPCION, de modo que podamos transformarnos después en panes ácimos de SINCERIDAD y de VERDAD". La Cuaresma debe interpretarse como un tiempo de prueba, de dificultad, de tentaciones. Todos, también los cristianos, estamos inclinados a la corrupción. Y no hay peor corrupción que la que resulta de no cumplir los proyectos que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. Su amor y su misericordia quieren transformar nuestra vida en vida suya. Desea, sin destruir nuestra condición humana, elevarnos a su condición divina por la gracia que nos da en sus sacramentos. En destruir esa gracia, en decir NO al proyecto de Dios sobre nosotros, precisamente en eso consiste la corrupción, en eso consiste el pecado. Si somos SINCEROS con nosotros mismos, si aceptamos y seguimos "LA VERDAD que nos hace libres", reconoceremos en qué nos hemos desviado del camino de Dios y estaremos en condiciones de transformar nuestra vida. Aprovechemos estos días que nos brinda el amor de Dios, nuestro Padre. No nos pesará.