Entre el Mar Rojo y el Nilo Azul, se dibuja el Cuerno de Africa, un singular accidente geográfico que, según una leyenda, fue originado por el sable de Samatar, el amante de la negra y hermosa princesa Madina, la del cuello de sorgo. Pero los mitos, las palabras que los sostienen, esas que surgen en la tierra que fuera origen de la humanidad, negras como el café, o blancas como la leche de camella, perecen antes de llegar a los labios, antes de que la boca se haga al lenguaje. Cinco millones de niños no podrán nunca relatar los cuentos que allí florecían perfumados de jengibre, azafrán, cardamomo o clavo. No podrán derrochar la leche en la estación de lluvias, como en el mito de Ayan. Hace muchos años que no llueve y muchos más que la violencia consume la esperanza en Somalia, en Yibuti, en Eritrea, o en Etiopía. Cinco millones de niños mueren de hambre. Diez millones de personas mueren de hambre. Huele a décadas de genocida kaaba, la del petróleo. Mientras, esa Europa de mercaderes, donde dos clases sociales conviven (los políticos y el pueblo), da un carpetazo con buenas intenciones a escalofriantes informes, entre tufos de corrupción. Dicen algunos filósofos que las ideologías han muerto; que las sociedades buscan gestores. Y cuando observo el mundo, asumo esa reflexión descorazonada. Entonces ¡busque Europa gestores de manera urgente! para que de mis impuestos, de los de tantos otros, llegue una gestión auténtica y organizada a la esclavitud del hambre. Lleven táleros al Cuerno de Africa para que sobreabunde el teff y la leche de las cabras; tengan misericordia y honradez, si ya no tienen ideales.