Se consumó el primer paso de la tropelía. 184 diputados, algunos a cambio de millones para su tierra, pulsaron en el Congreso la tecla del SI: sí, a convertir el delito del aborto en derecho de la mujer; sí, a la matanza de los seres humanos más indefensos del mundo, los "nascituri", los que tienen DERECHO a nacer. Un contertulio en la TV local contaba, con emoción, la pena que le invadió cuando tuvo en sus grandes manos el pequeño cuerpecito que, en aborto espontáneo, salió del vientre de su esposa. Y se admiraba de la perfección de aquel ser humano, con sus pies, con sus manos, con su sexo. Y tenía palabras de indignación contra una Sra. Ministra que defendía lo indefendible: que esos niños son seres vivos pero no seres humanos. Yo mismo tuve ocasión de ver a dos gemelos de 24 semanas de gestación. Me llamaron de madrugada para bautizarlos. Me presenté en el domicilio en cuestión y vi a la madre en la cama y, sobre la almohada, los dos cuerpecitos perfectamente formados. Todavía respiraban. El abdomen, cual pequeño fuelle, se inflaba y se desinflaba angustiosamente. Fallecieron después de haberlos bautizado. Era la década de los 50. En un pequeño pueblo de la Campiña Sur, sin posibilidad de que una incubadora les hubiera salvado la vida. Cuentan que Herodes -¡qué coincidencia en las fechas!- después de la matanza de Belén, no podía conciliar el sueño. En sus interminables vigilias veía muchas cunas vacías, bañadas en la sangre de los Inocentes. No deseo el mismo tormento a los 184 diputados del SI, ¡Dios me libre!, pero ojalá rectifiquen cuando la ley, después del paso por el Senado, vuelva al Congreso.