TNto quedó nadie en la mina chilena de Atacama. Los 33 hombres enterrados vivos volvieron a nacer a la vida en el "parto" más espectacular que ha presenciado el mundo entero. Los testigos directos, desde el Presidente de Chile hasta el hijo pequeño de uno de los mineros atrapados, han sido unánimes: "Dios ha estado presente en la mina". Uno decía: "Dios y el diablo pelearon por mí. Ganó Dios; me agarré a la mejor mano". Cuando salían a la superficie, cada cuál daba gracias a Dios a su manera: se santiguaba el uno; se arrodillaba el otro, sumido en profunda oración junto a su esposa, arrodillada también a su lado, hasta fundirse los dos en un abrazo; los más, mostraban su gratitud con el "Gracias, Señor", impreso en sus camisetas. Y la humilde pancarta, a la puerta de una, aún más humilde, chabola, rezaba: "Bienvenido a tu casa. Dios te trajo hasta nosotros". Un manojo de actos públicos de fe en Dios, transmitidos por la Radio y la Televisión a millones de moradores de este mundo. Sí, Dios ha estado presente en la mina. La esperanza no abandonó ni un instante a los que colaboraron en la hazaña. La conjunción entre seriedad y competencia, solidaridad y esfuerzo, constancia y profesionalidad técnica, eficacia gubernamental y apoyo de todo un pueblo y, en gran medida, la fe en Dios de los sepultados vivos, de sus familiares, de Chile y del mundo entero... consiguieron el milagro: retornaron a la vida 33 hombres a quienes muchos dieran por perdidos antes de iniciarse las labores del rescate. Estamos en deuda con nuestros hermanos chilenos. A los que, en el mundo del bienestar, vivimos como si Dios no existiera, nos han dado una gran lección.