Algo habrá cambiado en este país para que un programa televisivo de máxima audiencia -durante una década- tenga que retirarse poco después de haber iniciado su última edición. Una de las causas aparentes del fracaso apunta a que se volvía esperar una audiencia mayoritaria entre la juventud quinceañera y ésta, como saben muchos padres, ha cambiado definitivamente la pantalla del televisor por la del ordenador; mientras, los adultos se inclinan por otra clase de programas. Pero, sin pretender ir contra los tiempos, lamentamos lo ocurrido, porque Operación Triunfo -además de entretenernos con el disfrute de una música popular de cierta calidad artística- mostraba a nuestros jóvenes el ejemplo de sus concursantes tratando de interiorizar los valores morales del "rigor, la exigencia y el sacrificio" (así lo dijo Nina, su directora, en la Gala de despedida), necesarios, también, para el desarrollo profesional de una vocación artística.

Puede no faltarles razón a quienes consideren excesiva una interpretación sociológica del hecho, entendiendo ellos que damos a un programa de puro entretenimiento musical una importancia que no tiene en tal sentido, pero entonces tampoco deberíamos dársela a esos programas cotillas del corazón que ocupan desmesuradamente el horario de nuestras televisiones; y, sin embargo, casi todos coincidimos en que su proliferación es indicativa de una forma de "ser y estar" de la sociedad contemporánea, y en que su desaparición por falta de audiencia lo sería de otra muy distinta. Y utilizamos esos verbos porque, ahora, no es tan obvio aquello del bajo nivel cultural de quienes disfrutan con esos programas.