Escribo mi columna semanal hoy desde Fátima, en vísperas de la Semana Santa. Vine a estas tierras lusitanas para permanecer 15 días como confesor de peregrinos de habla española. Fátima es un recinto de paz y oración. No en vano se denomina este lugar santo el "Altar del mundo". Aunque las peregrinaciones no son ahora tan frecuentes y numerosas como en la temporada de mayo a Octubre -meses en que se conmemoran las seis apariciones de la Virgen a Lucía, Francisco y Jacinta, tres pastorcitos del lugar, no faltan nunca peregrinos. Hombres y mujeres, jóvenes y niños, del Norte y del Sur de Portugal, de la costa y los montes; de las regiones rayanas españolas y de Italia; de Polonia y de Estados Unidos; de las Naciones hermanas de Sudamérica... y hasta de Corea y Japón. Vienen aquí cargados con sus cruces: la cruz dolorosa de la enfermedad, la cruz angustiosa del desempleo, la cruz injusta de la discriminación, la cruz agobiante de la pobreza, la cruz moral del pecado...¡Tantas cruces! Los peregrinos las ponen ante la blanca y cercana Imagen de la Virgen para pedirle ayuda y protección, consuelo y esperanza. Purifican sus conciencias en el Sacramento de la Reconciliación y reciben el pan de la Eucaristía; vuelven a sus lugares con la paz en el alma y la alegría en el corazón. Puede que sus problemas -sus cruces- con las que venían cargados, no se hayan solucionado pero han recargado aquí las pilas de su esperanza para afrontarlos con una fuerza mayor y, en el peor de los casos, con una resignación que les ayudará a no perder su paz interior. Desde Fátima pido por ellos y por mis lectores.