TSte puede insinuar lo contrario maliciosamente, pero estar de huelga no es estar de juerga, aunque una palabra derive de la otra. Por tanto, huelga decir que habrá razones de peso para convocarla. Y para alejar aún más cualquier sospecha de holganza sobre quienes hacen uso de ese derecho, vamos a recordar algunas de ellas: el Gobierno baja el sueldo a los funcionarios; sube un impuesto general sobre el consumo, como es el IVA, y contempla la posible subida de otros; autoriza subidas de precios de servicios básicos; recorta pensiones y estudia retrasar la edad de jubilación; y por último, pero, sin duda, no finalmente, aprueba una reforma laboral que retrocede en los derechos de los trabajadores. Ante esto, y teniendo claro contra quien hay que hacerla (aunque los sindicatos jueguen al equívoco recuperando una empolvada jerga de confrontación con la patronal), ¿quién puede negar la necesidad de esta huelga general, dada su naturaleza política? Hasta que podamos expresar en las urnas el desacuerdo y descontento general con las decisiones de un gobierno nacional, ¿no es ésta, una vez más, una forma lícita y legítima de hacerlo? Hay quienes niegan su oportunidad porque, dicen, agravará la difícil situación económica del país. Pero entonces, si todo lo anterior va en perjuicio de la inmensa mayoría de los españoles (los trabajadores por cuenta ajena), cabe preguntarse: ¿qué es para ellos el país? ¿Quiénes, según ellos, forman su paisanaje?

Indudablemente, hay razones de interés general para tomar ciertas decisiones, pero estamos en nuestro derecho a creer en otras soluciones posibles y en la posibilidad de que haya otras soluciones.